¿Y en verdad te quieres dedicar al periodismo? Esa es la pregunta que uno de los personajes del escritor norteamericano Chuck Palahniuk se hace en uno de los capítulos de su novela Nana (Lullaby, 2002)).
Y Palahniuk no habla en vano. Él estudió periodismo en la Universidad de Oregón, así que, supongo, él mismo se planteó esa pregunta que todos los que nos dedicamos al oficio periodístico nos hemos hecho alguna vez.
Comparto con ustedes el capítulo de la novela antes mencionada (La traducción está tomada de la edición en español de Editorial Mondadori):
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Solamente te hacen una pregunta. Antes de licenciarte en la facultad de periodismo te piden que te imagines que eres reportero. Que te imagines que trabajas en un periódico de una gran ciudad y que una Nochebuena el jefe de redacción te manda a investigar una muerte.
La policía y los enfermeros ya están allí. El vestíbulo de la casa de vecinos de barrio pobre está abarrotado de gente en bata y zapatillas de estar por casa. Dentro del apartamento, una pareja joven está llorando junto al árbol de Navidad. Su hijo se ha asfixiado con un adorno del árbol. Consigues lo que necesitas, el nombre del niño, su edad y todo eso, y vuelves cerca de medianoche a la redacción y escribes el artículo antes del cierre.
Se lo envías al jefe de redacción y el jefe te lo rechaza porque no dices de qué color era el adorno. ¿Era verde o rojo? No pudiste mirar y no se te ocurrió preguntar.
Mientras la imprenta pide a gritos la portada, tienes las siguientes opciones:
Llamar a los padres y preguntar de qué color era.
O negarte a llamar y perder tu trabajo.
Era el cuarto poder. El periodismo. Y en la facultad a la que fui, esta era la única pregunta del examen final del curso de ética. Mi respuesta fue que llamaría a los enfermeros. Esa clase de objetos se catalogan. El adorno tenía que haber sido guardado en una bolsa y fotografiado para algún registro de pruebas. Ni loco iba a llamar a los padres después de medianoche y en la víspera de Navidad.
La facultad me puso un insuficiente en ética.
En lugar de aprender ética, aprendí a decirle a la gente lo que quiere oír. Aprendí a apuntarlo todo. Y aprendí que los jefes de redacción pueden ser unos gilipollas rematados.
Todavía hoy me pregunto qué pretendía aquel examen. Ahora soy reportero en un periódico de una ciudad grande y ya no me hace falta imaginarme nada.
Mi primer bebé de verdad fue un lunes de septiembre por la mañana. No había vecinos rodeando la caravana situada en el suburbio. Uno de los enfermeros estaba sentado en la kitchenette con los padres y les estaba haciendo las preguntas convencionales. El segundo enfermero me llevó al cuarto infantil y me enseñó lo que suelen encontrar en la cuna.
Las preguntas convencionales de los enfermeros incluyen: ¿Quién encontró muerto al niño? ¿Cuándo lo encontraron? ¿Cuándo se vio vivo al niño por última vez? ¿El niño se alimentaba de leche materna o de biberón? Las preguntas parecen formuladas al azar, pero lo único que pueden hacer los médicos es reunir estadísticas y confiar en que algún día aparezca alguna pauta recurrente.
La habitación del bebé era de color amarillo y azul, tenía cortinas floreadas en las ventanas y una cómoda blanca de mimbre junto a la cuna. Había una mecedora pintada de blanco. En la cómoda había un libro abierto por la página 27. En el suelo había una alfombra trenzada de color azul. En una pared había un bordado en cañamazo enmarcado. El bordado decía: «Los nacidos en jueves llegan lejos». La habitación olía a polvos de talco.
Y tal vez no aprendí ética, pero aprendí a prestar atención. No hay detalle que sea tan nimio como para no apuntarlo.
El libro abierto se titulaba Poemas y rimas del mundo entero, y estaba sacado en préstamo de la biblioteca del condado.
El plan de mi jefe de redacción era hacer una serie en cinco entregas sobre el síndrome de la muerte súbita infantil. Todos los años mueren siete mil bebés sin causa aparente. Dos de cada mil bebés se van a dormir y nunca más se despiertan. Mi jefe de redacción, Duncan, lo llama muerte en la cuna.
Los detalles que hay que saber sobre Duncan son que tiene la cara llena de marcas de acné, que la piel de debajo de las raíces del pelo se le pone marrón cada dos semanas cuando se tiñe las raíces de las canas. Que la contraseña de su ordenador es «contraseña».
Lo único que sabemos de la muerte súbita infantil es que no hay pautas recurrentes. La mayoría de los bebés mueren a solas entre la medianoche y la mañana del día siguiente, pero el bebé también puede morir mientras duerme junto a sus padres. Puede morir en la silla del coche o en el cochecito. O puede morirse en brazos de su madre.
Hay un montón de gente que tiene niños pequeños, me dijo mi jefe de redacción. Es la clase de artículo que a todos los padres y abuelos les da demasiado miedo para leerlo y demasiado miedo para no leerlo. La verdad es que no hay información nueva, pero la idea es hacer un perfil de cinco familias que hayan perdido a un hijo. Mostrar cómo sobrevive la gente. Cómo siguen adelante con sus vidas. Aquí y allá, podemos dejar caer los datos usuales sobre la muerte en la cuna. Podemos mostrar las profundas reservas de fuerza y de compasión que descubren esas personas en su interior. Ese es el enfoque. Como no se ciñe a ningún suceso concreto, es lo que se llama una noticia de interés humano. Lo pondremos en la portada de la sección Tendencias.
Para ilustrarlo, podemos poner fotos de bebés sonrientes que hayan muerto.
Ese era su tono. Es la clase de artículo de investigación que se escribe para ganar un premio. Estábamos a finales del verano y había pocas noticias. Era la época del año en que había más finales de embarazos y más recién nacidos.
A mi jefe de redacción se le ocurrió que yo podía acompañar a los enfermeros.
El artículo navideño, la pareja llorosa, el adorno; para entonces llevaba tanto tiempo trabajando que se me había olvidado aquel rollo.
Aquella cuestión ética hipotética te la tienen que plantear al final de la carrera de periodismo porque para entonces ya es demasiado tarde. Tienes que devolver todo lo que has recibido en tus estudios. Ahora que ha pasado un montón de años, creo que la verdadera pregunta que estaban haciendo era: «¿De verdad te quieres dedicar a esto?»