Descartes viaja en Red Q #ModernizaciónSinRumbo


Ilustración: Félix Arreguín
Ilustración: Félix Arreguín

Víctor López Jaramillo
Por una extraña razón, quizá un efecto de la física que sólo Sheldon Cooper pudiera comprender, el filósofo francés René Descartes apareció en Querétaro. No, no andaba en búsqueda de evidencia de que el paraíso terrenal existiese. Simplemente apareció aquí y ahora. De Europa a América. Un salto en el tiempo, un viaje del siglo XVII al siglo XXI. Cosas que sólo Stephen Hawking pudiera explicar.
Lo barroco de la ciudad no le pareció tan extraño. Cantera esculpida en retorcidas formas. Relamió sus bigotes galos y le sorprendieron las carrozas que se impulsaban a sí mismas, las cuales, los seres humanos del XXI, conocemos como automóviles.
Impulsado por su curiosidad, quiso conocer más allá del barroco centro de Querétaro y se vio obligado a desplazarse. Intentó comunicarse en francés, pero casi nadie le entendió. Recordó que el latín era la lengua franca, pero tampoco nadie le entendió. Finalmente optó por comunicarse en un español mal pronunciado, hasta que alguien le entendió.
Un sujeto que se presentó como funcionario le dijo que que para poder viajar al infinito y más allá debería viajar en un ómnibus pintado de rojo, mejor conocido como Red Q.
– ¿Un integrante de la corte del rey de este pequeño territorio de América?, preguntó Descartes. Luego entonces debe hablar en buena fe si sirve a su señor, razonó.
– Claro, y las encuestas dicen que nuestro rey es el mejor rey de toda la América del Septentrión respondió el empleado gubernamental.
– ¿Encuestas? ¿Quieres decir una serie de preguntas?, preguntó Descartes, quien tenía la costumbre de no admitir jamás cosa alguna como verdadera sin haber conocido evidencia que lo comprobase.
– Este… sí, respondió el burócrata y se ofreció llevarlo a donde quisiera en el moderno sistema Red Q.
– ¿Moderno? preguntó nuevamente Descartes. Y agregó otra pregunta: ¿Ómnibus, quiere decir que es para todos?, mientras se dirigía a buscar este artefacto mágico y misterioso.
– Sí, claro señor, nuestra majestad José ama al pueblo y le da todo lo que pueda pagarse con sus propios impuestos que les cobra.
– ¿Cobra impuestos para luego regresarselos como si fueran dádivas?, preguntó Descartes. ¡Qué extraño gobierno!
– Se llama democracia, respondió el empleado mientras veía un mapa de las rutas de Red Q para mostrar al visitante francés lo eficiente que era el nuevo sistema, que tal vez ni en Francia conociesen.
– Bueno, prosigamos nuestro camino, dijo el filósofo.
– Sí, viajaremos en un sistema moderno e inteligente.
– ¿Inteligente, dices? Entonces es capaz de pensar y si piensa, luego entonces existe. ¡Qué raro es que un artefacto piense, pero la evidencia es clara!
– Este… sí señor, ahorita pasa el autobús, digo el ómnibus, digo el camión.
Y así pasaron los minutos, una hora, dos horas. El abrasante sol queretano causaba estragos en el europeo perdido en el tiempo. Cuando finalmente llegó el vehículo de Red Q, venía lleno.
-Tenga esta tarjeta maestro, no ocupa monedas.
El filósofo deslizó su tarjeta pero el chofer no lo dejó pasar.
-No funciona el sistema, pague o no lo dejo pasar.
– Si no funciona, entonces no es inteligente, dijo Descartes. Y si no es inteligente, no piensa. Y si no piensa… ¡No existe!
– Eh, ¿Qué dijo? Preguntaron el chofer y el funcionario.
– Que si su servicio de transporte no es inteligente, no piensa y, por tanto, no existe.
Y raudo y presuroso, el funcionario fue a Palacio a informar del gran descubrimiento filosófico: Red Q Non est.
Y el rey de estas tierras mandó decretar en documentos oficiales esta evidente verdad: Red Q no Existe.

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