Los Primeros Pasos de Sheinbaum: Romper con la Euforia y Construir su Propia Ruta


Escribir sobre lo inmediato es como patinar sobre hielo quebradizo, porque, como canta Pink Floyd en The Thin Ice, «una grieta puede aparecer bajo tus pies». Este riesgo de caer en el juicio precipitado es uno de los grandes desafíos del periodismo, especialmente cuando intentamos hacer un análisis en tiempo real.

 En este momento, estamos en las últimas horas del gobierno de López Obrador. Hoy, el presidente desayunó tamales y rifó su reloj en su última conferencia de prensa, La Mañanera, un fenómeno mediático que le permitió controlar la agenda desde sus días como jefe de gobierno de la Ciudad de México. Sin embargo, hacer un juicio histórico en este momento puede llevarnos a cometer errores significativos de apreciación, especialmente si pensamos en la historia a largo plazo.

Un ejemplo es Lázaro Cárdenas: cuando terminó su sexenio, no era muy popular, pero el tiempo revaloró su legado. Vicente Fox dejó la presidencia con buenos niveles de aprobación, pero bajo una crisis política. Carlos Salinas de Gortari, por su parte, era extremadamente popular, pero su último año en el poder terminó desmoronándose, lo que condujo a la gran crisis del «Error de Diciembre».

En el caso de López Obrador, se va con altos niveles de popularidad. Presume que su gobierno es el primero en evitar la devaluación del peso, y también se jacta de haber demostrado que las predicciones catastróficas de sus críticos –aquellos que auguraban que México se convertiría en Venezuela bajo su mando– no se cumplieron. Estos críticos, con frecuencia, han fallado en ofrecer un análisis profundo, lo que ha debilitado a la oposición. Esta falta de una oposición eficaz es un problema para México, que necesita una contraparte fuerte y práctica.

¿Cómo juzgará la historia a López Obrador? Es pronto para saberlo, porque, como insisto, hacer un análisis ahora es como patinar sobre hielo quebradizo. Lo que sí es cierto es que AMLO se va en la cúspide de su poder político. Ganó todo lo que se propuso ganar y, aunque sus críticos hablan de un retorno a la presidencia imperial, el México actual ya no permite ese tipo de control absoluto. No obstante, su partido, Morena, tiene el control del Congreso y la mayoría de los gobiernos estatales. En menos de una década, su movimiento ha redibujado completamente el mapa político del país.

Lo que sigue ahora es la toma de posesión de Claudia Sheinbaum, la primera mujer en llegar a la presidencia de México. Representa un giro importante: a diferencia de López Obrador, cuyo liderazgo está arraigado en la lucha popular, ella tiene una formación académica sólida. Este cambio de perfil será interesante de observar, y el país estará atento a su discurso inaugural este martes, cuando inicie una nueva etapa en la política mexicana.

El inicio de un nuevo capítulo para México se ha teñido de los mismos claroscuros que marcaron el final del sexenio anterior. A menos de una semana de asumir la presidencia, Claudia Sheinbaum enfrenta los retos urgentes de una crisis de seguridad que no da tregua y el desafío de demostrar que su estilo personal de gobernar no es una mera continuación de su antecesor, sino una nueva página en la historia del país.

La euforia tras la toma de posesión de la primera mujer presidenta de México era palpable. La emoción y el simbolismo marcaron un hito para la nación. Sin embargo, en política, quedarse anclado en la euforia suele ser una mala estrategia.

En menos de una semana, se ha vivido desde la decapitación de un alcalde en Guerrero, hasta la crisis de seguridad en Sinaloa y Chiapas, sin olvidar que el ejército mexicano ejecutó a migrantes, Sheinbaum tiene que demostrar que su liderazgo no estará basado en el espectáculo de los actos históricos, como el perdón pedido por el 2 de octubre del 68, sino en la capacidad para responder a los desafíos del presente.

A manera de paréntesis: no olvidemos que el vecino estado también está sumido en esta crisis y que incluso nos afecta ya con el asesinato de dos músicos guanajuatenses en suelo queretano.

Esto implica decidir si continuar con la estrategia militarizada que caracterizó el gobierno de López Obrador o implementar un enfoque más centrado en la inteligencia, como intentó hacer en la Ciudad de México. Sin embargo, modificar esta política podría generar fricciones con las Fuerzas Armadas, un actor clave que fue apapachado por el presidente saliente.

Otro aspecto que ha comenzado a diferenciar a Claudia Sheinbaum de su antecesor es su estilo de comunicación. Durante sus primeros días, Sheinbaum ha mostrado un enfoque mucho más estructurado en sus conferencias matutinas, alejándose del tono casual y anecdótico que caracterizaba las ‘mañaneras’ de AMLO.

En su primera conferencia, la presidenta respondió de manera breve y concisa a las preguntas de los reporteros, algunas de las cuales parecían hechas para que se luciera, como cuando le preguntaron cómo había dormido la noche anterior, a lo que Sheinbaum simplemente respondió ‘bien’. Este contraste refleja no sólo una diferencia de estilo, sino una comunicación menos espontánea, pero más formal y técnica. ¿Este estilo conectará con el público de la misma manera que lo hizo su predecesor?

Esto va aunado a que la presidenta Claudia debe buscar su propia identidad política. Desde su campaña ha enfrentado la crítica de ser un ‘títere’ de López Obrador, alimentando la idea de un ‘maximato’. Aunque coinciden en muchas políticas, Sheinbaum tiene que demostrar que su presidencia no es una simple extensión del gobierno anterior. Su reto es encontrar el balance entre continuar la Cuarta Transformación y marcar su propio camino.

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