Víctor López Jaramillo
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(Publicado en Tribuna de Querétaro 511, pag. 5)
Todo salió de acuerdo al manual de política básica priista: un discurso sutil pero efectivo y un referente histórico para el retorno de las viejas glorias al que fue su escenario favorito por casi 70 años: el Teatro de la República.
Sí, su cuna partidista, ese teatro donde desde 1997 cada que venían se sentían como visitantes y, que incluso, en 1998 el autobús del último Presidente de la República priista, Ernesto Zedillo, fue apedreado.
Esos malos momentos quedaban en el pasado. Era su retorno. Roberto Madrazo podía pasar entre la multitud sin recibir abucheos, así como Jorge de la Vega Domínguez, Fernando Ortiz Arana, Adolfo Lugo Verduzco, Pedro Ojeda Paullada, todos ex presidentes del PRI. Todos ellos de la vieja guardia.
Y claro, no podía faltar el ex gobernador Antonio Calzada Urquiza, quien miraba cómo su cachorro de la Revolución institucionalizada lidiaba con éxito el ruedo de las elecciones democráticas, esas a las que por años el PRI fue alérgico.
También estuvo presente la nueva guardia tricolor encabezada por Enrique Peña Nieto, Ivonne Ortega y Manlio Fabio Beltrones.
No podían faltar Francisco Labastida, ni Dulce María Sauri Riancho, ni Mario Marín, gobernador de Puebla, “el góber precioso”.
En fin, era la fiesta priista. Era el júbilo del retorno, de los tiempos que los priistas piensan que no debieron irse, pero que hoy, la diosa fortuna electoral se los ha traído de vuelta.
El regreso a su cuna de donde fueron expulsados cuando, en 1997, el principiante panista Ignacio Loyola Vera derrotó al hasta entonces invicto Fernando Ortiz Arana.
Hoy, todo eso es pasado, son letras que se cubren de polvo en los libros de historia. Hoy, el calendario marcaba la vuelta del PRI.
La retórica priista
Hábil heredero de la vieja retórica priista, esa que dice sin decir, amagó al panista Francisco Garrido Patrón, el saliente gobernador, con escudriñar su administración y castigar sus faltas.
Al igual que en el debate, cuando le dijo corrupto a su rival González Valle, candidato panista, sin decírselo (“Y eso, también es corrupción Manuel”), Calzada Rovirosa repitió la fórmula y dijo:
“… éste es el momento, obligado por ley, para hacer una puntual revisión sobre el uso de los recursos públicos durante la pasada administración. Actuaremos con respeto y energía. No habrá persecución, pero tampoco encubrimiento”.
En el Teatro de la República, Calzada Rovirosa se bañó en aplausos.
Y remató:
“La ciudadanía exige información clara y puntual sobre el ejercicio gubernamental del pasado inmediato. Por ello, tendremos un gobierno de reglas claras y cuentas precisas”.
El escenario ya era suyo. El poder legítimo ya lo era desde el 5 de julio. El legal empezó entonces.
Y la vieja clase política priista lo aplaudió por ser un digno heredero de sus lecciones.
Y adentro del recinto, la “élite” política, económica y social queretana aplaudió al nuevo gobernador. Afuera, sobre una acera de la calle Juárez, un ciudadano, Julio Figueroa, para quien la resolución del caso BMW es tan necesario como respirar, con dos letreros protestaba contra la impunidad.
En su mano derecha sostenía un libro en cuya portada se lee: “Crimen sin castigo”, parafraseando a la novela “Crimen y castigo” del ruso Dostoievski, y en la izquierda “Secuestrados” del maestro del periodismo mexicano Julio Scherer. Protesta silenciosa. Un palabrero renunciando a hablar.
Afuera no existes, sólo adentro, reza una canción. Afuera la protesta solitaria; adentro, el discurso queriendo responder a esa demanda:
“El respeto al Estado de Derecho será nuestra consigna invariable. Nadie podrá estar fuera de la legalidad. No se protegerán intereses personales o de grupo, ni se permitirán parcelas de impunidad. Nadie por encima de la ley”.
Afuera la protesta, adentro el discurso. El sexenio dirimirá la respuesta.
El tazón rojo
10:30 de la mañana. El experimentado mariscal de campo del equipo azul intenta cruzar la línea de golpeo roja. Francisco Garrido Patrón asistía a su último evento con la investidura de gobernador. En unos minutos entregaría simbólicamente el poder al priista José Calzada Rovirosa.
Pero hay algo que no estaba en el guión de Garrido. Apenas desciende, unas 20 personas apostadas afuera del Teatro de la República lo empiezan a abuchear. Le gritan: “Fuera, fuera”.
Sin embargo, la sonrisa de ganador, esa que ha venido usando desde 1997, año en que Garrido comenzó a ser protagonista de la política queretana, nunca se le borró del rostro.
Por instantes pareció ser mueca, pero el instinto político le impidió mostrar un rostro desencajado, como el que muchos panistas mostraron al cruzar la puerta principal del Teatro de la República.
Una vez terminado el acto protocolario, los priistas salen jubilosos, Calzada abandona el Teatro y a pie se dirige a la Casa de la Corregidora. El tibio sol de otoño hace sudar a los entusiastas priistas que tras 12 años de exilio regresan al poder.
En cambio, los panistas se alejan cabizbajos, unos buscando el premio de consolación en el Jardín Guerrero, donde Francisco Domínguez Servién rendirá protesta como alcalde capitalino.
Otros, los que han dejado de ser funcionarios, saben que una vez fuera del Teatro de la República se convertirán en simples estatuas de sal de la política queretana que, con el paso del tiempo, pocos recordarán.
Pido tu autorización para reproducir la crónica en Noticias Digital.
De verdad, ¡Felicidades!
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Muchas gracias…
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