Empatar, hacer pacto


Originalmente la palabra empatar se reconoce como palabra en español en Origen y etimología de la lengua castellana, publicado en 1601 por Francisco del Rosal, esto de acuerdo con el libro La fascinante historia de las palabras del uruguayo Ricardo Soca.

El sentido que se le daba en el siglo XVII a empatar era “hacer el mismo número de bazas los dos adversarios” en un juego de naipes. De acuerdo con Soca, el verbo proviene de “igualar”.

Él agrega que la palabra empatar fue tomada del italiano impattare con el mismo significado “de la locución far patta, (literalmente, hacer pacto, o sea, quedar en paz, sin vencidos y vencedores), donde patta se deriva del latín pactum, ‘pacto’”.

Disculpe el lector si esta larga etimología del verbo empatar lo confunde o lo abruma, pero es necesaria para poder explicar lo recientemente sucedido en las relaciones entre el gobierno del panista Francisco Domínguez y la Rectoría de la UAQ, bajo el mando de Gilberto Herrera Ruiz.

Si bien en muchos aspectos de nuestra época se privilegia el “éxito” o ser “proactivo”, se condena el empate al considerarlo un monumento a la mediocridad.

Un ejemplo es el deporte profesional. En ligas estadounidenses se busca evitar el empate, forzosamente tiene que haber un vencedor. Lo mismo sucede en el futbol global. Antes, el empate se premiaba con la mitad de los puntos en disputa para cada bando, hoy los que empatan se llevan un solo punto, mientras los que ganan se llevan tres. Es la condena del empate.

Sin embargo, al hablar en términos políticos el empate puede ser algo beneficioso para las partes beligerantes. El empate, si bien no es una victoria total, tampoco es una derrota catastrófica. Es, lo que llaman los apologistas de la excelencia neoliberal: un ganar-ganar.

Por eso, aludí a su raíz original italiana. Empatar significa hacer un pacto.

Y eso fue lo que sucedió entre el gobierno de Domínguez y la Rectoría de Herrera durante la asistencia del primero al Consejo Universitario de la UAQ.

El gobierno del estado y la UAQ empataron, es decir, pactaron. Pactaron una tregua en la beligerancia existente desde diciembre del año pasado por el exiguo presupuesto otorgado a la universidad.

Si bien Domínguez no cumple completamente su promesa de otorgar un aumento del 10% directo al presupuesto, este alcanza poco más de ocho puntos, superando el 4% ofertado inicialmente.

Claro, aquí es donde viene la retórica hecha con números. El gobierno arma que es más del 15%, esto es si se toma en cuenta la obra pública; sin embargo, el punto de discusión entre las partes fue ése, que el presupuesto de obra no debe ser considerado como parte del presupuesto directo, sino como algo adicional.

No obstante, se llegó a un punto intermedio, que si bien no es lo más sano para las finanzas de la UAQ, permite un alivio ante los recortes federales en apoyo a la educación superior.

Empataron, hubo pacto también en el diálogo con el Consejo Universitario. Pocas preguntas incómodas, algunos discursos preparados con antelación donde se agradecía al gobernador acudir a escuchar las demandas universitarias. Un diálogo de terciopelo lo llamó el exdirector de Filosofía, Francisco Ríos Agreda, en un artículo.

Eso sí, Domínguez se mostró renuente a elaborar una ley que asigne un determinado porcentaje de su presupuesto a la UAQ, para evitar los vaivenes de los gobernantes y estar expuestos a sus caprichos, tal como lo planteó la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Queda ese pendiente.

Por lo pronto, ambas partes hicieron pacto, es decir, empataron sus agendas. A ver si no se reanudan hostilidades en la próxima discusión presupuestal.

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