
Víctor López Jaramillo
Desde el debate en el congreso de Estados Unidos por la aprobación del Tratado de Libre Comercio a inicios de los años 90, los mexicanos no habíamos estado tan interesados en un debate político entre integrantes de la clase política estadunidense. Ahora, el que nos ocupa es el que se realiza entre los dos principales candidatos a la presidencia del vecino país del norte.
Escribo estas líneas antes del choque verbal entre la demócrata Hillary Clinton y el republicano Donald Trump. En un escenario donde diversas encuestas dan una apretada ventaja a Clinton, este encuentro puede ser fundamental para sus aspiraciones presidenciales.
Como vecino del sur, México ha sido parte de la agenda política de la política interior y exterior de los Estados Unidos. Desde el afán expansionista de James Polk a mediados del siglo XIX que vio en México un botín y generó un discurso para justificar la guerra contra nuestra incipiente nación, que entonces vivía una inestabilidad política, hasta ahora que parte del discurso de Trump es culpar a los mexicanos de los males económicos de su país.
No es nuevo el discurso antimexicano en Estados Unidos. Así como tampoco es novedoso la actitud antinorteamericana por parte de los mexicanos. Hay momentos históricos donde está se ha disparado. Previamente a la guerra México-Estados Unidos, el discurso antimexicano creció en el vecino país, incluyendo gente como el poeta Walt Withman quien se manifestaba por la superioridad racial de los anglosajones sobre el mestizaje mexicano.
En otro momento, durante los debates entre congresistas y senadores previos a la firma del TLC, hubo expresiones muy duras contra México, donde cuestionaban la capacidad económica y democrática del posible nuevo socio comercial.
Si bien es cierto que en estados fronterizos como Arizona el discurso antimigrante tiene años de existir, ahora el candidato Donald Trump lo ha hecho nacional. Aprovecha las intenciones de la trasnacional Ford de ensamblar modelos en nuestro país para culpar a los obreros mexicanos del desempleo en la que antes fue la zona ensambladora por excelencia en Estados Unidos.
La retórica antimexicana de Trump ha tenido una puntual respuesta mexicana. El historiador Enrique Krauze ha llamado a enfrentar a lo que será un posible tirano si logra el voto mayoritario de los estados. Incluso el expresidente Fox se ha enfrentado verbalmente en twitter con el candidato Trump.
Sin embargo, por parte de la diplomacia mexicana ha habido una respuesta deplorable. La invitación a Trump a nuestro país para encontrarse con el presidente Enrique Peña Nieto sólo trajo como resultado un repunte del republicano y en enojo de los demócratas con las autoridades mexicanas.
Y nos enfrentamos a un escenario inédito. México no sólo es parte de los temas de agenda, sino que se ha convertido en factor, quien sabe si decisorio, pero una parte que no puede ser ignorada. Primero el expresidente Vicente Fox llamando a los votantes estadunidenses de origen mexicano a apoyar a Hillary Clinton y luego el popular Vicente Fernández haciendo lo mismo con un corrido dedicado a la candidata. Sin querer, hemos llegado a un intervencionismo pasivo en asuntos internos de Estados Unidos.
Se me dirá, con justa razón, que es porque son temas que atañen directamente a los mexicanos y que esto no viola ninguna ley electoral de los vecinos del norte, es decir, es parte del juego electoral norteamericano.
Pero imagine usted el escenario al revés, que un expresidente norteamericano pidiera el voto para un candidato a la presidencia de México o que una popular cantante como Lady Gaga exhortar a votar por alguien en particular. Sin duda, surgiría indignación en nuestro país. Por fortuna, es poco probable que suceda porque nuestras leyes electorales tienen muchos mecanismos de control en cuanto a la promoción de candidatos.
Son tiempos inéditos. Este lunes quizá haya empezado a definirse el curso electoral de la elección de noviembre y los mexicanos tendremos que replantear nuestra forma política de relacionarnos con ellos.