La frase nació en el año 279 a.C., tras la batalla de Ausculum. Cuenta la tradición que cuando Pirro, rey de Epirro –reino de la antigüedad asentado al norte de la Grecia clásica- derrotó en batalla a los esforzados soldados de la República Romana, tras contar el número de bajas de sus soldados que ascendían casi al mismo número que el de sus enemigos, exclamó un lamento a los dioses y dijo: “otra victoria como ésta y estará todo perdido”.
De allí la expresión de “victoria pírrica”, que denomina como tal a todo aquel triunfo que tiene un costo tan alto como si se hubiera perdido la batalla. Epirro como reino independiente no sobreviviría más allá de un siglo. De Pirro, nos quedan sus victorias que en el largo plazo significaron derrotas.
Y así, con otra victoria electoral como la del pasado primero de julio y el PAN tendrá todo perdido en Querétaro y seguir los pasos de Pirro. Parece que toda una era política se sacudió la pasada jornada electoral.
Pasamos del 2015 cuando el PAN aplastó al PRI con tal poderío que parecía que un Reich azul se impondría en Querétaro para llegar al 2018, en que el conservadurismo panista apenas pudo contener a Morena y su aliado conservador: el Partido Encuentro Social. Fueron tantas las pérdidas electorales que en realidad marca una derrota para el panismo queretano y un rechazo al gobernador Francisco Domínguez Servién, quien al parecer no ha sabido leer el resultado de las urnas.
Simbólica resultó la elección de este primero de julio, sobre todo en la capital queretana donde el PAN perdió 15 puntos electorales. De los felices días de 2015 cuando Marcos Aguilar Vega obtuvo 172 mil 578 votos, que significaron un 50.74 por ciento de la votación total, a los 140 mil 983 votos obtenidos por Luis Bernardo Nava y sus aliados de ocasión de izquierda, el PRD, que representan un 35.30 por ciento.
Mientras Marcos Aguilar y el PAN superaron a sus adversarios con una ventaja de 62 mil 130 votos, Luis Bernardo Nava en alianza con el PRD y MC, apenas ganaron por poco menos de 4 mil votos contra un rival que no tenía experiencia política.
Una elección donde afloró la soberbia de Acción Nacional al minimizar a su rival el exfubolista Adolfo Ríos, a quien de ignorante no lo bajaron los sicarios azules de las redes sociales (quienes parece hacen más daño a sus jefes que al adversario) y se burlaron de que apenas tenía su diploma de educación secundaria.
Pero esa soberbia que ha caracterizado a los más recientes gobiernos de Acción Nacional y la burla a sus rivales quedaron congeladas la noche del primero de julio cuando no se tenía certeza de quien había ganado la capital.
El silencio y la incertidumbre reinaban en el búnker navista. El quitarrisas en forma de voto había llegado para el PAN. Los queretanos habían votado y reprobado a los gobiernos de Marcos Aguilar y de Francisco Domínguez. No había festejos, sólo incertidumbre y más de un panista se acordó que era católico y rezó para no quedarse sin trabajo.
Y así, el PAN apenas pudo retener la capital queretana pero perdió tres distritos locales que se tradujeron en tres diputados para la coalición de Morena-PES-PT. Uno de esos derrotados fue el ufano Eric Salas, quien pagó cara su soberbia.
El primero de julio es en realidad una derrota para el PAN y para el gobernador Francisco Domínguez. Un mensaje de rechazo a su gobierno, que no se equivoque en la lectura. La victoria de su delfín Luis Bernardo Nava es una victoria pírrica donde las bajas son tantas que equivalen a una derrota. Por dignidad elemental debería de renunciar a su cargo Michel Torres Olguín, dirigente estatal del PAN de Querétaro, por las pésimas cuentas que entrega.
Y en Palacio de la Corregidora deberían empezar a reconsiderar el actuar de su gobierno y no seguir los pasos del calzadismo que eufóricos por su victoria pírrica del 2012, donde ganaron con poco la capital, perdieron el rumbo y hoy el PRI queretano sólo administra legajos de lo que fuera un gran reino tricolor.