El EZLN y la memoria donde México ardía


Treinta años después, las cenizas de aquel fuego aún arden; ya no con aquel ímpetu, pero ese ardor ayudó a reconfigurar nuestro presente. El mayor legado del EZLN es que, en la euforia neoliberal del salinismo, mostró en el espejo negro de Tezcatlipoca que había otro México, olvidado y relegado.

El 1 de enero de 1994, indígenas sin rostro decidieron darle un nuevo rostro a México. Buscaban transformarlo, despojándolo del falso maquillaje de Primer Mundo que se creía tener con la entrada de México al Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Este tratado era el signo del triunfo del proyecto económico de Carlos Salinas de Gortari.

Desde su inicio, el neozapatismo, pese a declarar la guerra al gobierno de Salinas y al Estado mexicano, no aspiraba a la toma del poder como lo haría un tradicional ejército revolucionario. Su meta era reformular las prácticas políticas y demostrar la viabilidad de una organización más allá de las estructuras estatales, aunque este éxito se limitara a su zona de influencia en Chiapas.

Esta postura no convencional los puso en conflicto con potenciales aliados de la izquierda electoral. Desde el «regaño» de Marcos a Cuauhtémoc Cárdenas en 1994 hasta las tensiones con AMLO, el EZLN marcó una clara divergencia en las estrategias políticas. Mientras la izquierda electoral avanzaba hacia la toma de poder, culminándolo en 2018, el EZLN se enfocaba en un camino distinto, lo que gradualmente redujo su presencia como actor político nacional.

También hay que destacar que, dentro de estas innovaciones, el zapatismo puso en valor la palabra como la mayor herramienta política, recuperando la fuerza del discurso frente a las imágenes de los comerciales del salinismo. Una simple carta de Marcos, con una retórica excelente, opacaba los comerciales de una campaña televisiva armada del gobierno de Salinas.

Además, dentro de estas innovaciones, el Sub marcó una nueva era de comunicación política. Mientras el gobierno federal usaba la televisión como principal medio, Marcos miraba hacia el futuro, sabiendo que Internet sería la principal herramienta comunicativa. Marcos pertenece a la nueva era de la comunicación política en Internet. Esto le permitió armar redes a nivel global y desde una simple computadora con conexión desarmaba el discurso salinista.

En el juego de espejos de la historia mexicana, siempre será difícil encontrar un reflejo similar al del neozapatismo. De este momento histórico podemos extraer lecciones vitales, invitándonos a preguntarnos: ¿Qué voces, en este México de la autodenominada Cuarta Transformación, no están siendo escuchadas? Recordemos que, al final de cuentas —y parafraseando a Francisco de Quevedo— el neozapatismo representa esa ‘memoria donde México ardía’ en los albores del neoliberalismo. 

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