Tenemos miedo de que los ex AFI´s tomen represalias y nos hagan daño: Teresa y Alberta


Víctor López Jaramillo

“Estamos muy contentas porque al final se hizo justicia”, fueron las palabras de Alberta Alcántara Juan y Teresa González Cornelio, mujeres indígenas que estuvieron presas tres años y ocho meses por el presunto secuestro de agentes de la hoy desaparecida Agencia Federal de Investigación (AFI) y supuesta posesión de cocaína y que el 28 de abril recuperaron su libertad.

La Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) ordenó su inmediata liberación, tras considerar que no se podía comprobar ni acreditar los delitos de secuestro ni posesión de cocaína.

A bordo de una camioneta que avanza lentamente, al filo de las seis de la tarde, Alberta y Teresa dejaban atrás un oscuro capítulo en su vida.

Mientras caía el sol, los malos momentos vividos en el penal Femenil de San José el Alto se quedaban atrás, encerrados.

Tras un exilio de casi cuatro años, la sonrisa vuelve a poblar sus rostros redondos mientras ven admiradas al tumulto que los recibe afuera de la cárcel. Las decenas de flashes de las cámaras de los fotógrafos contrastan con la oscuridad que vivieron al interior del penal.

 

La hora más oscura

Dice la metáfora que nunca está más oscuro que cuando está a punto de amanecer.

Así ocurrió para estas dos mujeres indígenas, quienes días antes de recuperar su libertad se negaban a albergar esperanzas porque “ya otras dos veces nos dijeron que saldríamos y no salimos, nomás están jugando con nuestro expediente”, dijo Teresa que con la voz quebrada intentaba narrar cómo fueron sus días en prisión.

Como parte de los trabajos del diplomado en Derechos Humanos, que imparten las Facultades de Ciencias Políticas y Sociales y de Filosofía de la Universidad Autónoma de Querétaro, profesores acompañados del ex ombudsman del Distrito Federal, Emilio Álvarez Icaza, visitaron en el penal femenil a Alberta Alcántara y Teresa González tres días antes de su liberación, plática a la que Tribuna de Querétaro tuvo acceso.

Vivir con miedo

“Tenemos miedo de que ahora que sacamos todo a la luz pública, los que eran de la AFI vayan a tomar represalias, tenemos miedo de que nos hagan daño ora que salgamos”, dice Teresa González a los profesores universitarios y al ex ombudsman.

Pero antes que el miedo, están sus ganas de respirar el viento de la libertad.

“No podemos recuperar estos tres años, ya sólo queremos salir, pero eso sí, que sea con libertad absolutoria. Eso queremos, porque con cualquier otra cosa, sería estar en duda”.

– ¿Qué piensan de la justicia?

– En general la justicia es corrupta -dice Teresa, quien es la que lleva la voz cantante en la conversación- porque aquí he visto pasar gente que sí es culpable y que admiten haber cometido el delito, pero traen dinero y se van riendo.

Y luego vemos a unas que llegan llorando porque se robaron un kilo de huevo y les pusieron una multa de 12 mil pesos sólo porque robaron para comer. Hemos visto de todo y no vemos nada de justicia.

– ¿No confían?

– Mire, nos dijeron antes dos veces que íbamos a salir y a cambio nos castigaron con 21 años y 10 meses. A mí, me impusieron una multa de 96 mil pesos por la reparación del daño y otros 70 mil por posesión de cocaína.

Aparte, cuando llegó la segunda sentencia, nos dijeron que no iban a contar el año que habíamos estado encerradas como año compurgado.

Me da harto coraje, ¿cómo voy a pagar todo ese dinero? Ni en toda mi vida podría pagarlo, me voy a morir y nunca voy a ver ese dinero, ¿cómo quieren que se los pague? Siempre a la gente indígena nos cargan la mano.

– Nada sobre su caso

– El juez Rodolfo Pedraza no valoró nuestras pruebas y nos culparon por una foto que salió en un periódico. Tenían un mes buscándonos enseñando la foto publicada en el periódico y de hecho en el expediente mi nombre está mal.

‘El maltrato hacia nosotras ocurrió sólo al inicio’

En el penal femenil de San José el Alto, existen 10 niños que viven con sus madres que pagan su condena.

Una de ellas es Yasmín, hija de Teresa González y su marido y que nació en prisión. De acuerdo al reglamento interno de la cárcel, los niños sólo pueden estar cinco años con sus madres, después se los llevan a casas hogar.

“Mi niña siempre me pone muy contenta, pero me pone triste pensar que va a crecer aquí. Quiero irme con ella, ¿Qué necesidad tiene mi niña de estar pagando algo que no debe? Ella es la que me da la fuerza para seguir adelante. Si se la llevan, me vendría para abajo”, dice con voz entrecortada Teresa.

La rutina para las madres que están en prisión es distinta. Teresa compartía celda con otra compañera que también era madre. Su horario comenzaba a las siete de la mañana porque a las 7:20 a.m. sirven el desayuno para los niños.

– ¿Y cómo tratan los custodios a la niña?

– Tratan bien a la niña, están al pendiente de ella. El maltrato para con nosotras fue sólo al principio. Nos dijeron que no éramos especiales, que aquí todas somos iguales. Ahorita no puedo trabajar bien con la niña, antes aquí en la cárcel estaba en un taller de costura.

– ¿Y en qué trabaja ahora?

– Hago bolsas de reciclado y en maquila de hilos y etiquetas que llevan la ropa. En eso trabajamos las mamás: en reciclado de bolsa y nos pagan a destajo. Ya en las manualidades no puedo trabajar.

– ¿Y de afuera nadie le ayuda?

– Mi suegro tiene diabetes, mi suegra está delicada de salud, mi esposo trabaja en  el campo. Lo que ganó lo gasto en las cosas de mi hija. Mi esposo me apoya con los pañales. También el DIF da pañales y leche a todas mamás.

Las bolsas me las pagan a 45 pesos y el hilo a 60 pesos pero nos quitan el 10% aquí en la cárcel. Cada cuatro o seis meses nos pagan y las que somos mamás sacamos como 200 ó 300 al mes. Lo malo es que los de la maquila nos pagan cada vez que se acuerdan.

– ¿Y usted Alberta, en qué trabaja aquí en la cárcel?

– Trabajo en la maquila de peluche “La granja” y saco 200, 300 pesos a la semana. La maquiladora paga cada 15 días, o cada 20 o cada mes, o cada que se acuerdan que deben o cuando se los pedimos. Que pagaran cada semana sería un milagro.

– ¿Qué les dicen sus familiares?

– Pues mis papás están tristes, quieren que salga ya -responde Alberta Alcántara, quien toma la voz porque Teresa empieza a arrullar a la pequeña Yazmín.

‘Ninguna india me va a levantar la voz…’

Llega el tema: recordar cómo fue su detención. Llena de arbitrariedades de inicio a fin, pero marcada por el racismo.

Narran nuevamente el operativo para decomisar mercancía pirata. Y luego el caos. Ellas que salen a ver qué sucedía en el presunto operativo. Después, el acto que las llevó a prisión: pedirles a los agentes, que andaban sin uniforme, que se identificaran.

Meses después vuelven los agentes para llevárselas detenidas por presunto secuestro de sus compañeros. Su prueba: la fotografía de un periódico donde ellas salían en un segundo plano.

Cuando detienen a Teresa González, un oficial le dijo que no iba a permitir que hubiera indígenas o alguien más abajo que se levantara:

“Los mismos agentes nos lo dijeron: que no iban a descansar hasta desquitarse de nuestra comunidad (…) Nosotras sólo defendimos nuestro derecho. Fue un acto de venganza, nos lo dijeron en la misma PGR. Y afirmaron que no iban a permitir que hubiera indígenas o alguien más abajo que se levantara”.

Teresa es detenida con engaños y sin orden de aprehensión. Le dicen que sólo tiene que ir a declarar a San Juan del Río, pero eso nunca sucede y se la llevan detenida.

En cambio, la detención de Alberta fue un poco más elaborada.

“Tenían un mes vigilándome. Finalmente, en la salida de mi trabajo, en la fábrica Caltex, hay un retén, se suben al camión y me dicen que tengo que ir a San Juan del Río a hacer una declaración pero me llevan detenida”.

 

Hasta hablar en otomí les prohibieron

“Al principio no podíamos hablar otomí porque pensaban que las insultábamos. Hablábamos y las compañeras pensaban que se las mentábamos.

“Luego, las autoridades del penal nos exigieron hablar en puro español: no podíamos hablar en otomí ni con nuestra familia, nos regañaban. Con el cambio de administración cambiaron las cosas”, narra Teresa González.

Cuenta que le tocó ver una vez a Jacinta (indígena otomí que también fue acusada de los mismos delitos que Teresa y Alberta, y quien salió de prisión el año pasado) que la regañaran porque habló en otomí. ‘A hablar así, a tu pueblo’, le dijeron. Jacinta se molestó y les contestó feo.

De cualquier forma, ya nos acostumbramos, dice Teresa.

“Nos decían: nomás vemos que mueven y mueven la boca y no sabemos lo que dicen. Y sí, le hablo a la niña en otomí, pero en mi celda”.

Los últimos días en prisión

“Muchos han venido a vernos sólo para quedar bien allá afuera”. Es la voz con tono de desengaño de Teresa González Cornelio. Es su último sábado en prisión.

En el vientre de la cárcel femenil, Alberta y Teresa caminan rumbo a la dirección del reclusorio. Para ellas es una plática más de las tantas que han dado en el último año.

Cuentan los días para recuperar su libertad. Saben que su última esperanza es la Suprema Corte de Justicia. Esperanza que se haría buena el 28 de abril al caer la tarde.

Un comentario

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.