En el hoy lejano año 2000, en el invierno queretano, Santa Sabina vino a dar un concierto al ITESM campus Querétaro.
En ese entonces, publiqué una crónica en Tribuna de Querétaro. Originalmente constaba de cuatro partes, pero el sitio donde iban las declaraciones de Rita Guerrero hechas en rueda de prensa se editó porque mi compañera Claudia Lea Otero también había cubierto el event o.
Así, se publicó mi crónica y la nota de Claudia. Aquí mi crónica de hace 11 años, en recuerdo de Rita, Lovely Rita.
Víctor López Jaramillo
Publicado en Tribuna de Querétaro 86. 28 de febrero de 2000
I
“Esta noche, la luna sueña con más pereza; igual que una belleza, sobre numerosos almohadones…” (Baudelaire dixit). La luna, muda testigo, se limita a mirar a esa horda de seres vestidos de negro, que convocados bajo una voz, invade el campus del primermundista Tec de Monterrey.
Ocho quince. Una nerviosa patrulla de la guardia municipal ve entrar a esos extraños a un lugar extraño para ellos. También unos nerviosos guardias del instituto preguntan a los jóvenes si ya traen boleto. Y es que a pesar de que en la publicidad se anunciaban que en varios lugares estarían a la venta las entradas, en realidad no hubo boletos disponibles y se especuló que el evento sería sólo para estudiantes del ITESM. Sin embargo muchos seres de negro llegan esta noche a ver a Santa Sabina. Incluso causa expectación entre los estudiantes anfitriones. Una chavi ta rubia, guapa, pregunta entusiasmada. “¿oye tú has oído tocar al grupo? Yo no”.
II
Las puertas se abrirían a las ocho treinta. Santa Sabina llegaría mucho después. Entre tristezas dela luna y un sinfín de playeras negras, labio s negros, melenas largas, y una sombría espera, los chavos de Mosca-Dragón la harían de teloneros ante unos feligreses que esperaban a su sacerdotisa Rita Guerrero. La espera es larga. Rumores de que “Allí viene el grupo” a cada momento se escucharían. En realidad pocos estudiantes del propio Tec asistirían. Un extranjero despistado, unos curiosos. La mayoría eran esos seres que adoran vestirse de negro, clones de Rita y una exagerada vigilancia. En el propio auditorio, una ambulancia vigilaba las posibles bajas.
El colmo de la seguridad: las sillas estaban unidas por un cordón. ¿Temor a qué se perdieran o a una guerra de sillazos? De cualquier modo, la seguridad fue casi innecesaria. Veinte minutos después de las nueve, una silueta recortaría la luz, una voz pediría disculpas por llegar tarde. Era Rita, por fin había llegado. Por fin habían llegado. De inmediato soltarían su lúgubre ráfaga de sonidos. Lo que en un principio había sido una secuencia de sillas con gente bien sentadita, se transformó, en una soledad de sillas vacías y un remolino frente al escenario. Todos querían estar cerca del grupo. Los que estaban al fondo tuvieron que subirse a sus sillas para intentar ver algo. Otros intentarían oír algo porque el local tenía pésima acústica, el sonido rebotaba, y era difícil entender las primeras canciones. Defecto que los técnicos fueron corrigiendo.
Poco diálogo con el público. Canción tras canción. Y unas exclusivas para Querétaro: material de su nuevo disco, el cual incluirá dos poemas de Xavier Villaurrutia. El clímax, llegaría con la canción “Olvido”. El relax con “Labios Mojados”. El final con “Azul casi Morado”.
Entre esas canciones, su repertorio, que consta de tres discos en estudio, harían gritar, cantar, berrear, slamear a muchos. “Puedo intuir, puedo oler, puedo pensar, pero saber jamás”… fue el coro final entre una mezcla de éxtasis, pasión, locura y noche.
III
De la noche venían. A la noche volvieron, El final había llegado. El grupo había abandonado el escenario. Las canciones se habían ido. El público tenía que irse. Las luces rojas y azules de una patrulla asaltaban las sombras innecesariamente. Todo quedaría en recuerdo como el poema de Baudelaire. “Tristezas de la Luna”. En el hueco de sus manos recoge esa lágrima pálida, de irisados reflejos como un fragmento de ópalo, y la guarda en su corazón lejos de los ojos del sol.