Publicado en El Universal Querétaro
En los hoy lejanos años noventa, el escritor canadiense Douglas Coupland escribió un libro que fue un referente para explicar a toda una época: “Generación X”. Más allá de la calidad literaria del texto, lo que destacó de sobremanera fue el glosario para explicar la nueva era, del cual, utilizaré un término en este artículo.
¿Cómo llamar a la separación creciente entre ricos y pobres, y la consiguiente desaparición de las clases medias?, Para Coupland la palabra es “Brasilificación”. Aunque la palabra bien pudo ser Mexificación.
Tras la temprana jubilación del Estado del Bienestar y el auge de las políticas reaganianas, la economía produjo nuevos millonarios… pero también nuevos pobres. Desde entonces, la obsesión de los gobiernos de las economías emergentes (antes llamadas tercermundistas) es demostrar que la brecha entre ricos y pobres se ha acortado y su clase media, crecido. De eso se jactó Salinas de Gortari, aunque el error de diciembre le derrumbó su mito genial.
De eso se jactaron Vicente Fox y Felipe Calderón, que México es un país de clases medias y hasta sus intelectuales orgánicos lo pregonaron a diestra y siniestra. Y de hecho se jactan diversos funcionarios de todos los colores en Querétaro, que somos un estado económicamente de clase media y por ello se inaugurarán centros comerciales para satisfacer todas nuestras ansias consumistas.
Sin embargo, siempre hay un sin embargo que echa a perder la fiesta, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía presentó un documento a la prensa en donde busca contribuir a la discusión sobre el tema aunque, dice el mismo texto para curarse en salud, los datos no pueden ser considerados estadística oficial.
Aunque el INEGI en primera instancia pretende demostrar que la clase en media ha crecido, un dato tira ese sueño: 59 de cada 100 mexicanos son de clase baja, 39 son de clase media y 2 de clase alta.
Y para terminar de rematar el sueño, el Banco Mundial reiteró en su informe “Cambiar la marcha para acelerar la prosperidad compartida en América Latina y el Caribe” que nuestro país aún hay millones de personas que viven con menos de 2.5 dólares al día y que somos un país de clase baja.
Adiós mito de país clasemediero. Adiós mito de que todos los mexicanos van cada fin de semana a hacer el shopping a San Antonio. Adiós al mito de que todos nos vamos a Disneylandia.
Pero no se me desanimen, dice el INEGI que no es lo mismo ser de clase baja que vivir en la pobreza. No traer un peso en el bolsillo ni tener para ir al cine no significa ser pobre. Recordemos como dijo ese genial comediante panista, perdón, hoy senador, Ernesto Cordero, todo mexicano que gane 6 mil pesos al mes, puede vivir bien con casa, carro y escuela. O sea, parafraseando a Varguitas de la ley de Herodes: nos sentimos pobres porque queremos.
Vivimos en una era de McJobs donde la economía a gran escala suprime las alternativas. Y eso lo dijo Coupland hace dos décadas. Así que tenemos que pensar cómo vamos a sobrevivir las próximas décadas.
Ese problema desgraciadamente es global. Aquí en EEUU igualmente se le da mucha publicidad a la clase media y a que uno puede llegar a donde quiera, uno pone el límite… siendo que el nivel de pobreza que marcan a nivel federal ($23,550 USD anuales para una familia de cuatro) es ridículo, uno no podría vivir con ese dinero. Muchas localidades, como la ciudad y el condado donde vivo, luchan en lugar de por un salario mínimo, por un salario “para vivir”, basado en lo que realmente uno necesita para vivir en cada localidad. Por ejemplo, en el Condado de Tompkins, Nueva York, donde vivo, rige el salario mínimo de $7.25 USD/hora; el salario “para vivir” se estima en $11.67 USD/h. Dado que el gobierno no lo promueve, obviamente, lo que se hace a nivel ciudadano es que las empresas que pagan el salario “para vivir” lo publicitan y la gente elije comprar o utilizar los servicios de esas compañías en preferencia a las que otorgan un salario mínimo. En muchos casos esto implica que los bienes y servicios cuestan algo más, pero la gente lo hace más que nada para sentir que están apoyando a toda la comunidad. Y también a sí mismos: menos pobreza sí se convierte en un menor índice de criminalidad. Algo para pensarse, ¿no?
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