La ignorancia y la memoria


Víctor López Jaramillo

De un viejo cassette salen las notas con una letra que dice que Ya cayeron las hojas muertas, el frio del invierno va a venir, fue otoño, el último calor de octubre, reza una canción de los Fabulosos Cadillacs (la letra ha sido adaptada para el otoño septentrional).

Con el gélido aire y las tardes frías, es inevitable que la nostalgia haga un ligero cosquilleo en la memoria que, ocasionalmente, en un punto de la tarde, antes de tomar la tercera taza de café, hace acto de presencia y nos rodea con su bruma.

Dice el novelista checo Milan Kundera que la nostalgia es ese sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar. En griego antiguo: nostos, regreso; algos, sufrimiento. Ese sufrimiento por regresar ya sea a los viejos tiempos, a un lugar, a alguien y que nos tenemos que conformar con un suspiro en la memoria.

De la nostalgia, pasamos a la añoranza, quien dice Kundera que en español “proviene del verbo añorar, que proviene a su vez del catalán enyorar, derivado del verbo latino ignorare (ignorar, no saber algo). A la luz de esta etimología, la nostalgia se nos revela como el dolor de la ignorancia.”

Ignorar duele. La ignorancia es costosa. El dolor de no saber de algo o alguien. He ahí la nostalgia que se construye de nuestra memoria y nos ayuda a dar sentido a nuestra vida, que en la era de la información oscila entre la hipodosis y sobredosis histórica, que de repente parece que no pasa nada o, bien, parece que pasan muchas cosas, esto de acuerdo con el glosario de Generación X de Douglas Coupland.

La lógica de los que viven con la máxima de que el tiempo es oro condenan la nostalgia, al ejercicio de la memoria. Aducen que recordar es perder el tiempo. Que recordar es volver a morir. Que perderse un rato en la neblina de la memoria es pérdida de tiempo y falta de eficiencia.

Y así, se condena todo acto de memoria. Atenta contra la productividad. Pónganse a trabajar, dicen. Si se conmemora el 2 de octubre, es un desperdicio de tiempo. Que ni habían nacido y no tienen derecho a rememorar. Como si los acontecimientos históricos fueran propiedad privada de una generación.

Que si se pide que se revise el expediente del Caso BMW, se dice que ya pasó mucho tiempo, que para que se le mueve, si ya nadie se acuerda, dicen. Como si la justicia fuera propiedad privada de una casta privilegiada.

Se le apuesta a que el óxido del olvido cubra nuestra memoria. Y con la memoria oxidada se le apuesta a una sociedad amnésica. A una sociedad sin recuerdos. A una sociedad del sólo el aquí y el ahora.

Se le apuesta a una sociedad orwelliana, cuya memoria es laxa, plástica, que se reconstruye de acuerdo a los intereses de la clase gobernante, de acuerdo al enemigo político en turno. 1984 vive en el imaginario de los enemigos de la memoria.

Recordemos, grabemos en nuestra memoria la frase de Milan Kundera que fue bandera contra regímenes totalitarios en la Europa del Este: “la lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”. No olvidemos. Olvidar es morir un poco.

Ya las últimas notas salen de un viejo cassette de fin de milenio pasado, que nuevamente regresa a la canción de Los Fabulosos Cadillacs: Ya no quedan hojas secas, el viento las llevo lejos de mí, veo al roble solo descansar del fin y el árbol duerme y muere, sin resistir, sin morir.

Un comentario

  1. No sólo que deba mantenerse memoria de, por ejemplo, la represión vs estudiantes en el 68. También la memoria se satura. Cada año se dan marchas por muchos motivos y la gente está harta de eso. Debemos ser creativos para que la gente no olvide, porque olvidamos no sólo por decreto sino porque es lo natural. Enlazar las experiencias pasadas al presente es la parte más difícil.

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