Víctor López Jaramillo
Que Brasil sea campeón del mundo en un Mundial jugado en su casa, es posible y probable. Que México le gane a Brasil en su Mundial, es posible pero poco probable. Sin embargo, el futbol es el reino de lo imposible y lo improbable. Después del duelo entre México y Brasil, aún es posible que los cariocas sean campeones, pero sus probabilidades han bajado.
¿Que hizo México de especial? Nada, solamente apeló a la historia y desempolvó la receta que los uruguayos escribieron a mediados del siglo XX: jugar con garra, no dejar respirar al enemigo, pelear cada centímetro y esperar que la diosa Fortuna te lo recompense.
No hubo una reedición del Maracanazo de 1950, pero el empate que se le arrebata a Brasil, siembra dudas en la verdeamarelha y revive sus viejos fantasmas. Hoy, simplemente la pelota no quiso entrar en el arco mexicano y Memo Ochoa besó el cielo. Un amargo empate para Brasil, un dulce punto para México. Brasil se acuerda del guión del Maracaná, México sueña con un futuro improbable.
Hace un mes, que Guillermo Ochoa fuera el portero titular de México era posible pero poco probable. Hoy, se ha consolidado como el titular indiscutible y es poco probable que Jesús Corona sea de nuevo titular. Hace siete meses, México estaba fuera del Mundial, Panamá tenia pie y medio en el repechaje, pero un providencial gol de Estados Unidos en tiempo de compensación, los dejó fuera. Era posible que México quedara fuera del Mundial, pero ese gol, lo hizo improbable.
Miguel Herrera ha vivido las dos caras de la fortuna. En 1994 quedó fuera del Mundial de Estados Unidos porque su temperamento lo hacía poco confiable en la defensa. 20 años después, ese mismo temperamento le ha transmitido a la selección mexicana una autoconfianza pocas veces conocida. Sólo queda esperar que no se convierta en exceso de confianza, como ha sido historia frecuente en el Tri: como el Ícaro del futbol que entre más se acerca al cielo, el sol derrite sus alas.
Este martes, México llegó con una confianza inédita, que desafiaba la historia. Los resultados en mundiales, eran poco alentadores. Incluso, el antecedente entre los de rojo y la verdeamarelha, marcaban que la selección azteca había sido vapuleada 4 a 0 en tierras cariocas el 24 de junio de 1950.
Pero lejos de mirarse en el espejo negro del pasado, esta generación ha decidido usar un escudo de bronce como espejo para aniquilar a su medusa particular. En el siglo XXI, en categorías con límite de edad, México se ha convertido en el coco, en la bestia negra de Brasil. El oro olímpico
que los aztecas arrebataron a los cariocas en Londres en 2012, se repite en las pesadillas brasileñas mientras nosotros lustramos nuestro más grande triunfo futbolero.
Pero ganar en categorías menores sólo es mera anécdota si no se refrenda en la categoría mayor. Muchas promesas del balompié nacional se han perdido cuando obtienen su credencial para votar. El azar los colocó nuevamente de frente y este martes 17 de junio, era la hora para Brasil de saldar cuentas y para México, el momento de marcar un nuevo inicio.
Pero, ni se saldaron cuentas ni se planteó un recomienzo. El empate a cero pospuso todo para mejor ocasión. En 1950 Baltazar cabeceó y superó a la Tota Carbajal para abril el camino de la goleada. 64 años después, Neymar superó a Rafa Márquez y conectó para que Memo Ochoa atajara y pusiera candado en su portería para evitar que cayeran cuatro tantos brasileños. Mientras Brasil ve con temor el fantasma del maracanazo, México ha llamado a los cazafantasmas.
El último hombre fue la figura. Catafixió su número 13 de la mala suerte por un trébol de cuatro hojas. Curtido en su waterloo en el Ajaccio, Ochoa sabe que en sus reflejos felinos está la gloria o la derrota. Fusilado a bocajarro, el balón se estrelló en su cuerpo una y otra vez.
La Virgen de Guadalupe ataja con él, resumió Alves, el defensa del equipo de un Cristo Redentor que no supo anotar.
Ochoa fue el que más lució al apagar la pólvora brasileña. Pero el trabajo de frenar a los brasileños comenzó en la media cancha. Un Gallito Vázquez peleando cada balón, Herrera distribuyendo, Márquez anticipando en la defensa y Maza, superando su lentitud, jugando al límite. La defensa incomodando a los delanteros para que no puieran rematar a placer y Ochoa completando el trabajo.
Adelante, en la soledad del ataque mexicano, Gio y Peralta como espantapájaros de la medalla de oro intentando perforar a la mejor línea de este Brasil de futbol neoliberal: su defensa.
El reloj fue el peor enemigo de Brasil. Al no conseguir un gol tempranero ni un regalo del árbitro, México se asentó en el terreno de juego y aunque no inquietó al portero brasileño, dio visos de que algo podía pasar con los tiros de media distancia.
Duelo peleado, Brasil con sus jugadores que valen oro merodeando el área para ser nulificados por un Ochoa que salió inspirado. Un Neymar de cristal que se cae al primer roce. ¿Y Ronaldinho? No fue convocado, la magia está prohibida en este Brasil de futbol industrializado.
En tanto, México, asfixiándose en la media cancha, peleando en la defensa convertida en trinchera, a la espera que un misil perforara las líneas enemigas. Brasil fue quien más ocasiones de gol tuvo, pero ninguna entró porque Memo estuvo ahí para impedirlo. Al final, México se acercaba a la portería brasileña y era más el nerviosismo carioca que la potencia del ataque azteca.
Al minuto 90 más tres de compensación, el árbitro silbó el final de la batalla en Fortaleza. Matemáticamente, un punto para cada uno, anímicamente, Brasil dejó de ganar dos y México sumó uno de más que no estaba en el presupuesto.
Ni Brasil ni México califican aún, todo se definirá la próxima semana. Hasta entonces, sabremos si la batalla de Fortaleza y las atajadas de Ochoa marcan un nuevo destino, o simplemente se quedan como una anécdota mundialista más.
–Excelente memoria histórica y mejor mirada crítica. Buena crónica del director de Tribuna de Q, VLJ. Un abrazo de luz y desde Q a todo el mundo-balón redondo. 18-VI-2014.
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