Víctor López Jaramillo
A las puertas del Poder Legislativo de Querétaro, las pequeñas flamas de las veladoras resistían al frío viento de otoño. Luces que intentaban iluminar la podredumbre e impunidad en este país. Las mismas veladoras que iluminaban la puerta del Palacio de la Corregidora. Todas esas luces con una sola voz: ¡los queremos vivos! ¡Queremos vivos a los estudiantes de Ayotzinapa!
Algo está podrido en Dinamarca, escribió Shakespeare hace siglos. Hoy, algo está podrido en México, salieron a gritar miles a las calles este miércoles en protesta por la desaparición de estudiantes de Ayotzinapa. Y Querétaro no fue la excepción: 3 mil estudiantes, maestros, ciudadanos, protestaron por la desaparición de 43 estudiantes normalistas en Guerrero.
Lo histórico, fue ver juntos en la protesta a estudiantes de la Normal del Estado con estudiantes de la Universidad Autónoma de Querétaro. Quizá desde el movimiento normalista en los años 80 no protestaban de manera conjunta.
Lo que era una esperanza en el 2000 con la alternancia en el poder de la presidencia de la República hoy se ha convertido en una pesadilla donde no queda esperanza para el sueño democrático. La brutal realidad de asesinatos y el proceso de descomposición en que ha entrado el país en la última década no dejan lugar para el optimismo.
Hace más de 2 mil años, cuando Aníbal Barca invadió Italia, los romanos gritaron frenéticos Hannibal Ad Portas, Aníbal a las puertas de la ciudad. El terror, el miedo, la desesperanza habían llegado. Hoy podemos decir lo mismo, tenemos el crimen organizado, el terror, la desesperanza, un estado en proceso de descomposición a las puertas de nuestras vidas. Terror ad portas.
Hoy es Ayotzinapa, Guerrero. Apenas el mes pasado fue Tlataya, en el Estado de México, donde 22 civiles fueron acribillados por el Ejército Mexicano. México es una tumba clandestina, sentenció Alejandro Solalinde Guerra, activista defensor de Derechos Humanos y director de la Casa del Migrante en Ciudad Ixtepec, Oaxaca.
Y en Querétaro no somos ajenos a esta problemática. Prueba de ello son los migrantes serranos desaparecidos que iban a Estados Unidos a buscar un mejor horizonte y desaparecieron.
O el caso de Héctor Rangel Ortiz, quien vivía en Querétaro y desapareció el 10 de noviembre de 2009. Su caso, incluso, ha sido rescatado por el documental “Frío en el alma” de Mónica González.
O los casos de hombres y mujeres desaparecidas, que ya suman cientos. Y todo queda en indolencia de las autoridades. O bien, se quiere criminalizar a los desaparecidos.
Querétaro ha dejado de ser una isla en el aspecto de la seguridad. Primero, los pequeños delitos como cristalazos comenzaron a aparecer. Y ahora, la detención del Héctor Beltrán Leyva, quien vivía en el estado, viene a confirmar que hay algo podrido en Querétaro, que la burbuja de paz reventó. En tanto, el gobierno del estado sólo hace mutis.
La violencia y el crimen ya llegaron a nuestras puertas. ¿Cómo vamos a responder? ¿O seguirán con el discurso de que sólo son casos aislados? ¿Cuantas veladoras más tendremos que prender para iluminar esta noche de impunidad y terror? Hannibal ad portas.