
Publicado el 2 de junio de 2015
Víctor López Jaramillo
A un día que concluyan las campañas electorales y cinco de que emitamos nuestro voto para elegir gobernador, alcalde y diputados, quedan varias lecciones que podemos extraer de este proceso electoral.
El primero es que las elecciones no son un trámite. Si bien en los tiempos del PRI hegemónico, ser candidato del PRI era ser automáticamente el ganador en cualquier cargo -a tal grado que en 1976, el priista José López Portillo fue candidato único a la Presidencia de la República- las cosas han cambiado.
En el estado vivimos un bipartidismo dinámico en donde PRI y PAN se han alternado el poder de Gobierno del Estado y las campañas electorales son ese momento coyuntural en donde cada candidato y partido sacan lo mejor y lo peor de sí.
Bajo esa lógica, se ven expuestos y muestran sus fortalezas y debilidades. Deben entender que nadie ha ganado aún y la competencia está en pleno. Por eso, actitudes como las de Manuel Pozo criticando a un medio electrónico porque trae una “línea editorial rara” están completamente fuera de lugar.
Segunda, es que no por más cortas las campañas son menos pesadas ni más fáciles. En esta ocasión, la nueva ley electoral impone que sólo durante 60 días los candidatos bombardearan a los ciudadanos con su propaganda política y sus actos masivos.
En apariencia, esto haría más fáciles y llevaderas las campañas. Craso error. Las campañas más cortas implican una mejor planeación, objetivos perfectamente trazados y una línea narrativa claramente definida.
En esta campaña, los candidatos apenas hasta el segundo mes pudieron dar a conocer su línea discursiva porque el primer mes estuvieron atrapados en el tema de la transparencia y bienes.
A propósito, si la ciudadanía exige transparencia, señores candidatos, sean transparentes. La transparencia y rendición de cuentas no son un capricho de los ciudadanos y de los medios. Es una necesaria vacuna contra la corrupción que exige la vida democrática.
Negarse a ella sistemáticamente o alterar su declaración de bienes, lo único que muestra es que aun piensan que vivimos en un sistema patrimonialista donde el Estado es su propiedad privada. Y eso, es un grave retroceso democrático.
Una más: No repita formulas, cada campaña tiene sus propias características. Si una forma de campaña le funcionó bien en 2009, no significa que en 2015 lo hará. Si en 2009 los jóvenes en los semáforos gritando porras a un candidato transmitían vitalidad y juventud, en 2015 sólo transmitieron fastidio y aburrimiento. Y hasta puede estallar la violencia, como finalmente pasó.
Si en 2009, juntarse con luchadores y boxeadores acarreó simpatías, eso no necesariamente significa que en 2015 pase lo mismo. El factor carisma también cuenta.
Otra lección: Tener una línea discursiva no equivale a repetir lo mismo en todos los foros. El principal problema es la capacidad de improvisación y el pánico a cometer errores. Este reportero vio a los candidatos punteros en un evento escolar y en un debate en la misma semana. En ambos foros repitieron lo mismo. No había distinción de público. Lo cual nos explica porque las campañas fueron insípidas. La única que se atrevió a hacer algo distinto fue la candidata de Morena y hasta el momento le ha traído buenos resultados pues algunas encuestas indican que ya rebasó al PRD.
No sature twitter con troles. Las redes sociales digitales no funcionan como si fueran mítines. Las redes sociales no son lugares para llevar acarreados y que todos repitan el mismo mensaje como si fueran borregos. Y esto aplica para todos los partidos.
En esta elección, Twitter lejos de ser un lugar de encuentro, discusión e información, acabó siendo el sitio donde los porristas azules y rojos sacaron sus frustraciones. Tener 5 mil seguidores o un Klout alto en Twitter no significa necesariamente que se es un líder de opinión. Para ello pesan otros factores.
Y con tanta publicidad política en Facebook y YouTube, uno acaba saturado.
Esperemos que algo se aprenda de estas lecciones y que en el 2018 no veamos los mismos errores.