Sin código de honor, los políticos queretanos


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Víctor López Jaramillo

El código de honor dice que en caso de desastre, el capitán debe ser el último en abandonar el barco y, si es preciso, hundirse con él. Sin embargo, la nueva generación de políticos queretanos del siglo XXI parece desconocer todo código de honorabilidad; ante el hundimiento del barco, son los primeros en huir y salvaguardar su patrimonio, sin importar quien se ahogue.

No, no exagero. Empezaré a desglosar los casos en donde se verá que los capitanes de la política priista del siglo XXI carecen de honor y responsabilidad política y son los primeros en mandar al diablo a las instituciones.

Calzada, el primero en abandonar el barco

Comencemos por el caso más visible: derrotado su partido en las elecciones del 7 de junio, el gobernador José Calzada Rovirosa decidió no concluir su periodo de gobierno, el cual termina este martes 30 de septiembre y solicitó licencia para integrarse al gabinete del presidente de la República Enrique Peña Nieto.

Una vez que el capitán Calzada abandona su barco, “Querétaro, gobierno de soluciones”, comienza el auténtico desmoronamiento de todo proyecto político en el poder ejecutivo estatal y en diversas municipalidades, cada miembro del gobierno ante la ausencia de su capitán decide buscar como salvaguardarse y sobrevivir en lo que arriba el nuevo gobierno.

Bajo el periodo del gobernador sustituto para esta cuarentena política, Jorge López Portillo, los índices de violencia se incrementan a tal grado que el gobernador electo en espera de asumir el poder, el panista Francisco Domínguez Servién, se ve obligado a reclamar y exigir mayor atención para no heredar un desastre.

Sin embargo, encuentra oídos sordos en el gobierno estatal. El sustituto Jorge López Portillo parece más preocupado por aparecer en eventos sociales y posar para su nuevo retrato en el Salón Gobernadores que presenta pomposamente que en mantener el barco con rumbo.

Y en la capital, también abandonan el barco

En el gobierno municipal de la capital queretana las cosas no van de mejor manera. Tras la licencia de Roberto Loyola Vera para competir por la gubernatura, Luis Cevallos toma el mando como presidente interino. En una transición en la que todo parece tranquilo, a menos de 15 días de tener que entregar el mando al panista Marcos Aguilar, Cevallos solicita licencia por motivos de salud y Rafael Rodríguez Tolentino protesta como nuevo presidente municipal interino; así, se desata la inestabilidad.

Comienza una guerra de declaraciones, de acciones sospechosas, de datos que indican que el priismo preparaba su gran año de Hidalgo (ya sabe el dicho popular, querido lector, que –léase aquí un improperio- el que deje algo). Acusaciones sobre una camioneta blindada que nunca se pidió, cambios de uso de suelo, renuncias de altos mandos que no llegan y con ellos, liquidaciones en las que gastar el presupuesto.

Y los diputados, igual

Pero el caos y los abandonos políticos no terminan allí. Los diputados, y aquí de todos los partidos, también contribuyeron a este desorden político.

Primero, el priista Braulio Guerra Urbiola y el panista Apolinar Casillas, solicitaron licencia para irse a ocupar una diputación federal. No se llamó a sus suplentes. Después, Marco Antonio León Hernández se jubiló y tampoco se llamó a su suplente. Es decir, la máxima tribuna del estado no tuvo a tres representantes populares y la última sesión fue una auténtica fiesta privada de los diputados. Al final, solo 18 diputados quedaron tras el receso. Los que quedaron, se pusieron una gorra mandada a hacer para la ocasión que decía: La última y nos vamos. Una pachanga total. Una falta de respeto hacia quienes dicen representar.

Inestabilidad

Visto los números fríos, en menos de 2 meses Querétaro habrá tenido tres gobernadores y tres presidentes capitalinos. Ah, y sesiones con sólo 22 diputados de 25 que debieran ser. Una inestabilidad tal que no se veía quizá desde los tiempos de la revolución mexicana.

Sin código de honor, los funcionarios que han abandonado su barco son la muestra del descrédito que tiene la clase política actual. En particular los priistas, mostraron que pese a que su nombre lo diga, de institucionales no han tenido nada, sólo han buscado asegurar su futuro personal y mandar, ellos solitos, al diablo las instituciones.

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