Cuando los ejércitos aliados tomaron la Alemania nazi, descubrieron el horror de los campos de concentración donde el régimen de Adolfo Hitler asesinó a 6 millones de judíos. El horror quedó al descubierto y a esa época terrible de la historia se le denominó el Holocausto, o Shoah como el propio pueblo judío le denomina.
México, aunque no está en guerra con otro Estado, desde hace 10 años vive una espiral de violencia de la llamada guerra del narco, que el propio expresidente Felipe Calderón declaró en los primeros días de su cuestionado mandato.
Hoy, México es una gran fosa clandestina, tal como lo dijeron hace un par de años familiares de desaparecidos. Los datos que aparecen día con día confirman el horror que se vive en grandes porciones del territorio del Estado mexicano.
Tan sólo la semana pasada, en Veracruz, el colectivo Solecito dio a conocer 120 fosas clandestinas más, en el predio Colinas de Santa Fe, cercana al municipio de Veracruz. De ese hallazgo se han encontrado 253 cuerpos.
A eso, hay que sumarle los datos que presenta el periodista Raymundo Riva Palacio, donde arma que un grupo privado de trabajo ha contabilizado mil 557 cuerpos en 672 fosas en el país de 2014 a 2016.
Cifras escandalosas. En septiembre del año pasado, el periodista José Luis Pardo Veiras en un artículo en el New York Times calculó que a una década de la guerra calderonista hay 150 mil muertos y 28 mil desaparecidos.
Y en Querétaro, el periodista Agustín Escobar en su trabajo de investigación sobre migrantes desaparecidos ha documentado que en Querétaro se contabilizan 685 desapariciones en las últimas cinco décadas. Sin embargo, en la década que va del 2000 al 2010, justo la década de la declaración de la guerra al narco, es cuando se disparan las desapariciones con 197 casos.
Nos hemos ido acostumbrando a la violencia; el descubrimiento de fosas y más fosas parece que ha adormecido la indignación pública. El horror parece estar cada vez más cerca de cada uno de nosotros.
Desde septiembre ha sido noticia la desaparición de una familia queretana que vacacionaba en Veracruz. Hace casi un mes, las autoridades locales desistieron de la investigación toda vez que esta sucedió en territorio veracruzano. La semana pasada, autoridades de aquel estado declararon haber encontrado identificaciones de dicha familia en una de las fosas, aunque para organizaciones queretanas y las autoridades locales aún falta demostrar científicamente que los restos pertenezcan a la familia.
Esa es sólo una historia de este holocausto mexicano que vivimos en la actualidad.
Mención aparte merece el asesinato de periodistas en todo el país. Apenas la semana pasada asesinaron a Miroslava Breach, corresponsal de La Jornada en Chihuahua. Hasta el momento, todo indica que fue por un trabajo periodístico en donde denunciaba el vínculo de candidatos con el crimen organizado.
De 2010 a la fecha, se han asesinado a 47 periodistas y hay 798 denuncias por agresiones a periodistas en la Fiscalía para la Atención de Delitos Cometidos contra la Libertad de Expresión (FEADLE). Y si contamos el número de periodistas asesinados desde el sexenio de Fox, la cifra se incrementa a 103. Asesinar a periodistas no implica matar a la verdad, como dijeron muchos colegas en la protesta nacional del sábado. Sin periodismo no puede existir democracia.
Algo se ha roto en el tejido social mexicano. México es una enorme fosa clandestina. Y hay que esperar lo que falta por descubrir, como advirtió el Padre Solalinde. Quizá, para cuando salgan todos los horrores, los historiadores del futuro lo conocerán como el holocausto mexicano.