Hubo un tiempo en que la música no era omnipresente, no fluía a través de internet como ahora, que a un clic se puede obtener la discografía de casi cualquier músico.
Hubo un tiempo en que para escuchar una canción, había que quitarle el celofán a un disco de vinilo de 30.5 centímetros de diámetro y ponerlo a que girara infinitamente para que una aguja al rasguear sus entrañas le arrancara melodías que marcaban la banda sonora de la vida.
Hubo un tiempo en que el disco era parte fundamental de la cultura pop occidental que tuvo su auge en las décadas de los 60 y 70.
Hubo un tiempo en que decretaron la muerte del disco de vinilo. Aunque compitió primero con el 8track y luego con el casete, el acetato mantuvo su lugar hasta que la modernidad disfrazada de rayo láser lo despojó de la corona y lo mandó al reino del olvido.
Hubo un tiempo en que el Compact Disc era el rey. Sus 12 centímetros de diámetro que compilaban 74 minutos de música eran omnipresentes, desplazaban al casete en usabilidad y al disco de vinilo. La promesa del CD, como toda promesa del futuro, es que eran discos para la eternidad, nunca se rayaría y el láser reproduciría el arcoíris musical dibujados en los discos compactos.
Hubo un tiempo en que el CD empezó a envejecer rápidamente. El futuro digital que prometía fue lo mismo que lo aniquiló.
Colecciones completas comenzaron a jubilarse para ser encapsuladas en una cajita de aluminio que podía almacenar hasta 25 mil canciones.
Hubo un tiempo en que los viejos discos de vinilo comenzaron a revalorarse. Discos hechos en los años sesenta volvieron a girar en las tornamesas y su sonido seguía fresco como siempre. Algunos rasguños auditivos que eran las cicatrices de su propio pasado, esas cicatrices auditivas indicaban que cada disco tenía una vida propia y aún tenían mucho que girar y girar.
Hubo un tiempo, hace 10 años, en que las pequeñas tiendas de discos independientes, decidieron agruparse para enfrentar a las grandes corporaciones que monopolizaban las ventas de discos. Y fueron apoyados por varios artistas. Y crearon el Record Store Day, y a partir de entonces, cada tercer sábado de abril, la música en general y las tiendas de discos independientes viven su día de esta.
Y Querétaro no podía quedar fuera de esta esta global del disco. Aquí por lo menos dos tiendas aparecieron registradas como tiendas oficiales del Record Store Day: Ruido de Fondo y Vinil Azul, ésta ubicada en Carranza 29, en pleno Centro Histórico de la capital.
En Vinil Azul este sábado se vivió un verdadero festejo. Con la venta de discos coleccionables especializados para las pequeñas tiendas de discos y música todo el día, amantes de la música y los discos podían pasar horas viendo y comprando discos.
Su dueño, Robín Salazar, quien trabajó para discográficas inglesas consiguiendo rarezas musicales, ha sido uno de los principales impulsores del regreso de la cultura del disco de vinil poniendo a Querétaro en el mapa mundial de la música.
Le pregunté a un buen amigo psicólogo y filósofo, Carlos Alberto García, que si me podría explicar por qué el resurgimiento del disco que creíamos muerto y simplemente me dice: “es un acto de resistencia al presente que no tendría que ver con la nostalgia”. Una resistencia al presente vertiginoso y digital. Hubo un tiempo en que la vida era tan sencilla como poner un disco en la tornamesa y teclear en una máquina de escribir artículos como este.