Retomo el tema del que escribí la semana pasada: el 6 de julio. En aquella ocasión hablé de las elecciones presidenciales de 1988 y su impacto en la reconformación del sistema político mexicano. Para tener una visión completa, hoy toca hablar de lo acontecido en las elecciones del 6 de julio de 1997.
¿Y en Querétaro? Pues todo parecía predestinado para que el sucesor de Enrique Burgos García fuera del entonces invencible PRI queretano y que todos los caminos llevaban a la candidatura de Fernando Ortiz Arana, quien desde muy joven había destacado en la política universitaria para dar el salto a la política estatal.
Así, la elección estatal de 1997 parecía ser un mero trámite, aunque había signos de que algo podía pasar.
En primer lugar, era la destacada presencia electoral que el Partido Acción Nacional había tenido décadas antes, y cuyos cuadros se mantuvieron vivos. Incluso, el entonces candidato panista, Rodolfo Muñoz Lambarri, para la elección de presidente municipal de Querétaro en 1985 aseguraba haber ganado la elección, pero que fue abandonado por la dirigencia.
A inicios de 1997 aún parecía lejana la posibilidad de que el PAN obtuviera un triunfo estatal. Todo parecía indicar que se cumpliría la profecía política de que Fernando Ortiz Arana sería el siguiente gobernador.
¿Alguien tenía motivos para dudarlo? Pocos dudaban, pues Ortiz Arana venía de besar el cielo político, al ser presidente del PRI y acariciar la candidatura presidencial en sustitución del asesinado Luis Donaldo Colosio, además de una sólida carrera federal.
Sin embargo, entre los que dudaron, fue el politólogo Gustavo Abel Hernández Enríquez, quien con suficiente anticipación en declaraciones al semanario El Nuevo Amanecer, dirigido por Efraín Mendoza Zaragoza, advirtió que si el PRI quería retener la gubernatura de Querétaro, el indicado era Ortiz Arana, pero no Fernando, sino su hermano José.
Fuertes declaraciones que al final de cuentas resultaron ser premonitorias por lo que sucedió en ese primavera-verano electoral de 1997 en donde un enfrentamiento entre fracciones priistas dirimidas en lo que parecía un pleito familiar, terminó favoreciendo al entonces ignoto candidato del PAN, Ignacio Loyola Vera.
Sin definir un proceso de elección de candidato, el PRI ungió a Fernando Ortiz Arana, lo cual provocó que su hermano José Ortiz Arana se postulara por el Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional a la gubernatura, retándolo.
La cargada mediática local se fue con Fernando Ortiz Arana. La prensa estatal destacaba toda la campaña de Fernando y minimizaba la de sus oponentes. En los medios locales parecía que solo Fernando Ortiz Arana era el candidato. El espacio otorgado al resto de los candidatos era mínimo.
Finalmente, llegó el 6 de julio de 1997 y los queretanos salieron a votar. Y no votaron por cumplir la profecía de Fernando gobernador, sino que le dieron la vuelta y optaron por Ignacio Loyola Vera, agrónomo y expresidente de la Coparmex. El PRI perdía por primera vez la gubernatura de Querétaro. Un nuevo escenario se pintaba para las elecciones locales, atrás quedaban los claros favoritos para suceder una gubernatura y se inauguraba la era de las elecciones competidas.
A 20 años de aquellas elecciones sería fundamental para nuestra democracia queretana que los protagonistas rompieran el silencio e hicieran su balance de lo ocurrido hace dos décadas, que tanto Fernando como José Ortiz Arana hicieran el análisis en retrospectiva de aquel momento histórico y valoraran su impacto en el actual. De la misma manera, el ganador Ignacio Loyola Vera tendría que hacerlo. Este aniversario de los 20 años es un buen momento para reflexionarlo en la arena pública.