Desde agosto, San Garabato de las Tunas ya es parte de la inmortal geografía de América Latina, donde convive con la Comala, de Juan Rulfo; con Santa María, de Juan Carlos Onetti; y con Macondo, de Gabriel García Márquez.
San Garabato, creado en la mente de Rius, nunca habría podido alcanzar la categoría de Pueblo Mágico, porque era tan agridulce y real como este país que llamamos México. Por ello, tres generaciones derramaron una lágrima al conocer la muerte de Eduardo del Río, mejor conocido como Rius. Muchos libros atestados de polvo en los libreros volvieron a cobrar vida.
Ya han pasado algunos días y he dejado reposar los músculos del corazón —Sabines dixit—, así que he decidido escribir con un poco más de calma sobre Rius y su muerte a los 83 años de edad. Los lugares comunes han proliferado estos días: Rius, la otra Secretaría de Educación Pública mexicana; Rius, iniciador de generaciones en la vida política; Rius, el que supo explicar algo tan complejo como que Marx usaba la dialéctica de Hegel, pero al revés.
Como buen ateo, Rius entendió que esta vida es de principiantes, y por ello hay que brindarle un manual mínimo. Marx para principiantes, Economía para ignorantes (en economía), Cuba para principiantes. En materia de conocimiento, para Rius la vida en cualquier punto siempre es principio para aprender algo nuevo.
Aunque ninguna o casi ninguna tesis doctoral en ciencias sociales cite al doctor Rius Frius, muchos de quienes han recorrido el largo y sinuoso camino de intentar comprender la sociedad mexicana y el capitalismo contemporáneo, empezaron en su adolescencia con un libro de Rius, como La Revolucioncita mexicana o Filosofía para principiantes, donde, con monitos, Rius nos traducía conceptos como la plusvalía o el nulo sentido de la vida, mientras nuestra pobres dudas adolescentes seguían haciéndose más preguntas.
No fue reconocido como un Isaac Asimov o un Carl Sagan, como gran divulgador de la ciencia, pero Rius es el gran educador político de la segunda mitad del siglo XX mexicano y, también, un gran desmitificador. Enemigo de los dogmas, se atrevió a cuestionar y poner en duda verdades que muchos creían infalibles.
En Cristo de carne y hueso hace un recorrido sobre la presunta gura histórica de Jesús, la piedra angular del cristianismo. Y no sólo eso, en La panza es primero, Rius cuestionó nuestra forma de alimentarnos y a muchos hizo vegetarianos. A mí me ayudó a recorrer mi camino de descreimiento de todos los dioses, incluido el cristiano, pero nunca logró convencerme de las bondades del vegetarianismo.
En un principio, seguidor de la revolución socialista y el régimen cubano, no dudó en hacer libros explicando las virtudes del régimen castrista y socialista. Sin embargo, el a su espíritu científico de cuestionar todo, al final Rius también descreyó del socialismo soviético y del régimen cubano.
Prueba de ello es su libro Lástima de Cuba publicado en 1994. Muchos defensores a ultranza del fracasado experimento socialista en Cuba recuerdan el libro Cuba para Principiantes, pero omiten mencionar la crítica del libro de los noventa.
Así, Rius fue ateo, vegetariano y socialista desengañado. Y en ese camino, que siguió, nos mostró la ruta a muchos. Dentro de mis recuerdos de adolescencia, está el leer a Rius para tratar de entender y hacer una tarea para luego cuestionarme sobre la existencia de los dioses y hacer enojar a mi maestro preparatoriano de filosofía, que era un abogado pueblerino improvisando la filosofía.
Rius ha muerto, dejando un gran legado. Estoy seguro de que más de un lector aprendió algo de él, y eso asegura que ese legado perdurará.