No es la primera vez que me pasa, pero nunca con tanta fuerza: mi capacidad cognitiva ha sido afectada. Estoy al borde del colapso mental. Cada que voy a la tienda no sé si comprar una cocacola o un Armando Rivera o pedir unas papas adobadas o un Gerardo Cuanalo y sus 150 colonias recorridas. O quiero escoger una gelatina y acabo pidiendo una Lupita Murguía…
O peor aún, quiero ver un programa de televisión y en todos los canales salen pequeñas telenovelas donde el héroe Peña Nieto salva vidas. Pero veo al amado líder Peña y me parece ver a Woody de Toy Story. Les digo, tanta propaganda política ha afectado las conexiones entre mis neuronas.
Fui a ver al psicólogo para intentar solucionar esta dislexia política y cuando me preguntó sobre mis recuerdos de infancia sólo atiné a contarle sobre Carlos Salinas de Gortari y los anuncios de Solidaridad y los niños que querían ser pasantes de ingeniero. O cuando ya habían construido la carretera y a Don Beto se le metió una basurita en el ojo. Mi psicólogo se rindió y dijo que no tenía remedio. Tomó un libro de Freud y se puso a leerlo y me ignoró completamente.
Abatido y sin esperanza caminé sin rumbo por las calles del centro y entré a una Iglesia con la esperanza de que un rayo de luz divina me iluminara, pero al ver un volante con la cara de Luis Bernardo Nava anunciándose en un medio y amenazando que próximamente estaría en mi hogar, provocó que huyera despavorido.
En esa loca carrera intentando escapar de todos los rostros de los políticos, me topé con otro espectacular de Manuel Pozo. Pensé que era uno de la contienda electoral pasada que no había sido cambiado, pero no, era Pozo usando una revista para promocionarse.
Pero tras una plática con un par de amigos, un mercadólogo y un politólogo pude poner un poco en orden mis ideas.
Del primero concluí que quienes elaboran las campañas de los políticos no saben destacar las cualidades de sus anunciados y sólo nos atosigan de su rostro, pensando que son Brad Pitt o Scarlett Johansson, y que en realidad no venden nada, ni una idea ni un mensaje, sólo un rostro hueco más. Algo tendrían que hacer quienes pretenden promover a los políticos para no fatigar a la ciudadanía y provocar su hartazgo.
Del politólogo aprendí que uno de los problemas es el uso de recursos públicos para la promoción personal de los representantes populares.
Aunque ya se ha regulado en la materia, siempre se encuentran vacíos legales. Por ello, aprovechando ese periodo en que los diputados pretendidamente quieren informar sus actividades a la ciudadanía (algo que en realidad deberían hacer de manera cotidiana y no una vez al año), usan estos días para atiborrar con su imagen la ciudad cual vil Stalin queretano posmoderno.
Pero el peor caso es el de los funcionarios o particulares que se anuncian en portadas de revistas, pero en el fondo promocionan su imagen con posibles miras a una candidatura. ¿Y la autoridad electoral? Pues como el arbitraje mexicano: en su nivel más bajo, argumentando que no puede actuar de oficio.
Así que, querido lector, vaya haciéndose fuerte para soportar todo septiembre en donde los políticos con aspiraciones a perpetuarse en el presupuesto se anuncien creyendo ser pasta dental o refrescos light. Advertidos están. Para finalizar, creyendo estar curado, vi un anuncio y pensé que era por el Día de abuelo pero… era Andrés Manuel López Obrador hablando de la mafia del poder.