Iván Drago ataca de nuevo


Tengo a un ruso y a un yanqui dentro de mi habitación que se juegan mis zapatos y mi foto de graduación en un Atari”, decía el compositor argentino Miguel Mateos, en la década de los ochenta, en su popular canción Tirá para arriba, que yo escuchaba a todo volumen en mi walkman sports para sobrellevar mi angustia adolescente y evitar el tedio pueblerino.

Era otro mundo; era otra época. Era un mundo bipolar: socialismo contra capitalismo. Estados Unidos contra la Unión Soviética. Los gringos buenos contra los rusos malos que se comían a los bebés sin sal.

El aparato de propaganda norteamericano mandaba ese mensaje a través de sus películas de acción, que eran tan populares en occidente. Siempre el héroe solitario estadounidense que se enfrentaba a unos soviéticos anónimos y que, tras una gran batalla, salía victorioso y salvaba al mundo.

Un punto culminante de toda esta propaganda de la era de Ronald Reagan fue Rocky IV, parte de la saga creada por Sylvester Stallone. En ella, Iván Drago, un militar soviético y boxeador amateur, enfrenta, en peleas de exhibición, a Apollo Creed y a Rocky. El primero muere a consecuencia de los golpes del soviético. Al final, como toda película propagandística, triunfa el bien, encarnado por Estados Unidos en Rocky, quien, al final, manda un mensaje de unidad al mundo.

Después todo cambió. El mundo se volvió primero unipolar para después convertirse en multipolar. La propaganda norteamericana eliminó a los soviéticos como los malos de las películas y los sustituyó por robots asesinos, musulmanes y hasta mexicanos.

Sin embargo, 30 años después, parece que esa vieja trama de los yanquis tratando de salvar al mundo de los rusos malos se desempolva y, en vez de hacerlas películas, las vuelven parte de la narrativa política global. Mi queja es que por lo menos las películas estaban más entretenidas y eran más creíbles que las nuevas teorías de conspiración.

En días pasados, el consejero de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, el general H.R. McMaster, advirtió que descubrieron señales no de vida extraterrestre, sino de que el gobierno ruso interviene en la campaña política en México. “Los rusos son unos intervencionistas”, advirtió Estados Unidos, que es, por cierto, el país más intervencionista.

Es como si un ladrón, para evitar ser atrapado, empezara a gritar “¡Atrapen al ladrón!” a la vez que señala a otra persona.

Dice el funcionario del gobierno norteamericano que los rusos, a través de un ejército de bots en redes sociales, polarizan a la sociedad. Sólo que hay un detalle: México ya está polarizado desde la elección presidencial del 2006.

Estados Unidos, el país que más ha intervenido en México (basta recordar el golpe de Estado contra el presidente Francisco I. Madero orquestado en la embajada estadunidense), reclama su monopolio y acusa a los rusos de hacer lo mismo que ellos siempre han hecho.

Ojo: no estoy defendiendo una posible injerencia de Rusia en nuestras elecciones; de existir, me parecería condenable. Lo que cuestiono es que sea Estados Unidos el que lo advierta; me parece un capítulo más de su doctrina Monroe y la búsqueda de un pretexto para seguir interviniendo en México en caso de que sus intereses peligren.

Con el argumento de los rusos, ya tienen una narrativa política para poder intervenir de manera directa, asegurando que la democracia mexicana está en peligro.

En fin, en la era vintage que vivimos, los rusos son nuevamente los malos de la película y Miguel Mateos debería aprovechar para sacar un remix de su canción, sólo que ahora debería cantar: “Un ruso y un yanqui se juegan mi elección en un Xbox”.

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