A propósito de la visita de Mireles


En la película La Ley de Herodes hay una escena que ejemplifica lo que es la autoridad política en México. El secretario de Gobierno, López, le pide al político novato que lo empuje levemente; Varguitas, lo hace y por respuesta recibe un fuerte puñetazo. “¿Ves? Esa es la autoridad”, explica el didacta político priista.

Hoy, si quisiéramos recrear esa metáfora, la primera duda que tendríamos sería quién sería la autoridad; el mismo político tradicional o un representante del crimen organizado. Hoy, recreando esa imagen, un político y un sicario serían quienes golpearían al ciudadano para explicar quién es la autoridad. El Estado ya no detenta lo que Weber llamó el “monopolio de la violencia”. No es el Estado el único que cobra impuestos, el crimen organizado también lo hace con las extorsiones cotidianas a los ciudadanos.

Ante esto, ¿cuál debería de ser esta respuesta? ¿La de quedarse sumiso o asumir una actitud de defensa, o autodefensa y devolver el golpe a quien no es autoridad? Pues bien, eso es lo que se han planteado en Michoacán con el doctor José Manuel Mireles.

A propósito, el poeta Octavio Paz, distinguía entre Revuelta, Rebelión y Revolución. En tanto, Enrique Krauze, en su Biografía del Poder le pone referencia geográfica a esa distinción semántica. En la formación del siglo XX mexicano, Morelos aportó la Revuelta (el reclamo violento del subsuelo indígena), el norte del país la Rebelión (la imposición violenta de un proyecto modernizador) y Michoacán, la Revolución, “el cambio brusco y definitivo de los asuntos públicos”, “Ungida por la luz de la luz de la idea, la revolución es filosofía en acción, critica convertida en acto, violencia lúcida”. Hasta aquí las palabras del poeta que después retomaremos.

Tras la violencia de la revolución, el Estado mexicano, ese Ogro Filantrópico como lo llamó el propio Paz, mantuvo una ficción de paz. Un sistema que premiaba y castigada, pero que formalmente mantenía, como Estado, el monopolio de la violencia, que menciona Max Weber.

Represión a los disidentes, guerra sucia a los guerrilleros y a los que entraban dentro del sistema el premio por la lealtad a la revolución institucionalizada.

A finales de siglo, veíamos a la democracia como un arcoíris en cuyo final estaría una olla quizá no de oro, pero sí de estabilidad, paz y crecimiento a través del voto.

Sin embargo, la democracia electoral mexicana produjo monstruos, por parafrasear a Goya.

Algo se rompió en el frágil orden. Fox, un personaje que no estuvo a la altura de su momento histórico y hoy su lengua lo hunde en las arenas movedizas de la memoria. Él es la tepocata y víbora prieta que juró aplastar con sus botas rancheras.

Tras la sospechosa elección de 2006, donde emergió Felipe Calderón carente de legitimidad, otra vez un concepto weberiano, en su afán de obtenerla, declara la guerra al narcotráfico, al crimen organizado.

En su imaginario político, el sistema en reconstrucción construye un nuevo enemigo que antes estaba en el subsuelo y ahora le da dimensión de ser el principal enemigo. Y comienza una nueva narrativa social que no era generalizada en México: la guerra en tu pueblo, carcomiendo las entrañas de una paz social sostenida por alfileres.

Y es cuando el orden se rompe. La guerra y los soldados en la calle disparando ya no eran imágenes lejanas en los noticieros que sucedían en otras partes del mundo. Estaban aquí y ahora en nuestro México.

Estado por estado de la república comenzó a vivir escenas de horror. De desaparecidos. Vecinos asesinados. El temor de salir a la calle. Y, ante esto, el temor y la negación de las élites.

Bienvenidos a la pesadilla

Habíamos comentado sobre Michoacán, el estado laboratorio que consolidó la Revolución Mexicana, el crimen organizado se había adueñado de los espacios que el Estado mexicano dejaba. La aparición de la Familia Michoacana y Los Caballeros Templarios vino a reconfigurar un nuevo orden. En el caso de los Templarios, su negocio ya no era solamente el tráfico de droga, sino el derecho de cobro de piso, de adueñarse de las productivas tierras de los michoacanos.

El cambio de gobierno federal de Calderón a Peña no solucionó nada. Michoacán, que como citamos a Octavio Paz, fue el estado donde “se dio el cambio brusco y definitivo de los asuntos públicos”, nuevamente tomó la iniciativa y los ciudadanos ante la ausencia de un Estado capaz de brindar seguridad, optaron por ellos mismos obtener justicia y restablecer el orden.

Las autodefensas se habían hecho públicas. El reclamo nacido desde el subsuelo de la sociedad mexicana salía una vez mas a reclamar al gobierno su falla. Y, paradójicamente, para recuperar la paz, tienen que hacer la guerra. Y vienen las batallas por recuperar sus tierras, sus pueblos, por devolver la tranquilidad a su gente. Batallas que vienen narradas en el libro Todos Somos Autodefensas. El despertar de un pueblo dormido.

Allí se plasma la lucha de esta resistencia, de esta revuelta, rebelión y revolución juntas se han vivido en los últimos años en Michoacán y México.

*Versión resumida del comentario del libro Todos somos autodefensas: el despertar de un pueblo dormido que se presentó el 19 de abril en la UAQ

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