“Nunca desprecié una causa perdida, nunca negaré que son mis favoritas”, cantaban los Héroes del Silencio a mediados de los noventas. Las causas perdidas tienen cierto atractivo romántico, la vacua heroicidad de pelear una batalla que es imposible de ganar.
En la juventud nos llenamos el corazón con causas perdidas que nos ayudan a formar el carácter. Enfrentar con temple al destino que te tiene preparada una jugarreta y, pese a ello, seguir en la pelea. Se sueña con una narrativa hollywoodense de pelear contra el destino y salir airoso, cosa que en la vida real rara vez sucede. El diccionario Definición ABC en línea, dice de las causas perdidas: “algunos ideales y proyectos son nobles y elevados, pero al mismo tiempo parecen inalcanzables”. (Ver en: https://www.denicionabc.com/social/causa-perdida.php).
Las causas perdidas también existen en la política. Visto desde el pragmatismo, “apoyar causas perdidas es una quimera, es una pérdida de tiempo”, arguyen los que cambian de dirección según a donde sople el viento.
En Querétaro, estado catalogado como conservador, ser de izquierda era una causa perdida. Cuando en las reuniones familiares se preguntaba por la filiación política y se respondía que de izquierda, las burlas venían enseguida; o bien, el espanto de la prima mocha que empezaba a rezar por el alma siniestra del izquierdista.
Ir a mítines a ser un “bulto útil” en vez de un voto útil, para dar la ilusión de que la izquierda por lo menos llenaba plazas, aunque no llenara las urnas. Volantear, pegar propaganda izquierdista para apoyar a un partido que no ganaba elecciones, equivalía a apoyar a un equipo en su lucha por el no-descenso. El PRI se fue diluyendo, el PAN se fue fortaleciendo, y la izquierda seguía sin crecer.
Algunos aceptaron ser candidatos en un momento en que el triunfo era imposible. O bien, ser representante de casilla mientras se peleaba contra los alquimistas del voto que refrendaban el triunfo al partido en el gobierno. “Alguien tiene que abrir brecha”, se justicaban y remataban con la famosa frase de Machado versionada por Serrat de que “se hace camino al andar”.
Pero el 1 de julio algo cambió, finalmente se llenaron las urnas. En Querétaro, a punta de votos, la izquierda asumió un papel relevante desplazando al PRI como segunda fuerza y, aunque aún lejos del PAN, se prepara para contender con mayor certeza en la próxima elección de gobernador.
El saldo es favorable: 1 senador, 6 diputados locales, 2 federales y 1 municipio. Nada mal para una filiación política que muchas veces peleó por no perder el registro de cualquiera de los partidos que la enarbolaban.
¿Aquellos que abrieron brecha para el triunfo del 1 de julio tendrán una oportunidad en este nuevo escenario político? ¿Qué cambios deben hacer ahora que se han conseguido espacios políticos antes no pensados? Veamos la actual legislatura: solo una diputada de Morena contra 24 de PAN, PRI y aliados; ahora serán 6, más 1 del PES.
¿Esos diputados representarán el esfuerzo e ideales de todos los que los antecedieron en la lucha? ¿O se adoptará pragmáticamente a los tiempos y negarán su pasado?
La izquierda queretana debe hacer una reflexión sobre el cambio de estatus que las urnas le han brindado. Tienen frente a sí el reto de dejar de ser una oposición testimonial para convertirse en una oposición que frene los excesos del gobierno panista y sea capaz de buscar transformaciones para el bien de Querétaro.
Nuevos tiempos traen nuevos retos. La izquierda deberá mostrar que está a la altura de esta hora histórica o perderse en la bruma, no de las causas perdidas sino de las oportunidades perdidas.