No, no era escena de la típica película de acción donde destruyen el Capitolio ni tampoco era la caída de las Torres Gemelas; sin embargo, era una escena que pasará a la historia por su fuerte carga simbólica: una turba de simpatizantes de Donald Trump, en un esfuerzo desesperado por impedir que el poder legislativo estadounidense validara la elección donde su líder fue derrotado, tomaron por asalto el Capitolio, emblema de la democracia gringa.
Estados Unidos veía caer su propio mito, el de la excepcionalidad americana, el de la democracia perfecta y civilizada y se parecía cada vez más a cualquier disputa electoral de los que los propios norteamericanos llamaron país bananero.
«Terroristas domésticos», denominaron los demócratas a quienes tomaron el Capitolio y de inmediato señalaron al aún presidente Donald Trump de ser el principal instigador de esa revuelta en su intentona de no ceder el poder a su rival Joe Biden.
Poco después, las plataformas de redes sociales anunciaron que suspendían temporalmente la cuenta de Donald Trump por violar sus políticas de uso.
Esto de inmediato abrió un fuerte debate en dos puntos: sobre la libertad de expresión y el papel de las redes sociales, sobre todo si les corresponde a ellas el papel de censor y decidir que se publica y que no.
Sobre la libertad de expresión, cabe aclarar que el difundir mensajes de odio no entran dentro de ese sagrado derecho y, por ello, Donald Trump es indefendible pues muchas de sus virulentas palabras han hecho eco en personas quienes no dudan en usar la violencia para imponer su visión supremacista del mundo.
Quisiera comentar el segundo punto, el de las redes sociales como reguladoras. A inicios de la década pasada nos congratulábamos de la aparición de estas herramientas de comunicación que permitían romper el monopolio que tenían los medios tradicionales.
A mediados de la década escribí esto:
«Estas redes sociales son un ágora moderna, el nuevo foro de opinión pública. Una primavera árabe y los indignados de España son prueba de ello. ¿Que no se puede cambiar el mundo a través de ellos? Es cierto. Sin embargo, como caja de resonancia y pulso político son excelentes herramientas.»
(Twitter killed the media star. Política y redes sociales. #NoMasCensuraenMedios)
Sin embargo, para finales de década, el optimismo ya había desaparecido y se hablaba de los peligros de las redes, por la difusión de fake news y la venta de datos personales y como estos eran usados por empresas como Cambridge Analytica para seleccionar los perfiles de votantes y enviar los mensajes directamente.
Hoy, con la baja de Trump de redes sociales corroboramos que no, que las redes sociales no son una nueva ágora para el debate público porque no son públicas, son una empresa con fines comerciales e intereses bien definidos y ellos ponen sus reglas para poder usar su plataforma para poder difundir esos mensajes. Lo que viene es un fuerte debate sobre si, dado el papel que actualmente las redes, debe existir una regulación pública o dejarlas como ahora que vendan nuestros datos para sus ganancias personales y que sigan imponiendo sus reglas para dialogar