Víctor López Jaramillo
Dice el escritor ruso contemporáneo Viktor Pelevin en su introducción al libro El Yelmo del Horror que en nuestra sociedad, los mitos representan dos cosas: “una narración que trata de explicar un fenómeno social o natural o es una creencia o idea ampliamente divulgada pero falsa”.
Y nuestra vida está llena de mitos, ya sea en cualquiera de sus dos acepciones. Y diciembre es un mes lleno de mitos. Es frecuente en estas fechas de Navidad y Año Nuevo, desear buenos deseos y hacer propósitos sin entender los ciclos del tiempo.
Y en Año Nuevo, creemos que por arte de magia, todo cambiará. Como si una vuelta más a un indiferente sol, que en invierno apenas da tibieza, alterará el curso de las cosas.
Hemos mencionado que los calendarios son una invención social para entender los ciclos.
Originalmente, el calendario romano, del cual proviene nuestro actual calendario gregoriano, empezaba en marzo, el mes de Marte, dios de la Guerra. Marzo, cuando la nieve se derretía, el invierno agonizaba y el mundo se preparaba para el nuevo ciclo agrícola y para resolver las diferencias militares con sus vecinos. Era la medición del tiempo de una sociedad agrícola que dependía de las inclemencias del tiempo para sobrevivir.
Hace 2060 años aproximadamente, Cayo Julio César, dictador romano, modificó el calendario y nuestra concepción de entender el tiempo. Para entonces, la sociedad romana más que agrícola era guerrera, por ello, su actividad principal había que adelantarla.
Había que empezar el mes en enero, no en marzo, así se ganaban dos meses de preparación del ejército. Y con ello, cambió nuestra concepción del año. Aunque para muchos efectos prácticos, muchos proyectos se empiezan hasta la primavera, se aprovechan los meses de invierno para prepararlo. Por ello, ni bien hemos acabado de festejar cuando se tiene que regresar a labores.
De ahí que sea este 31 de diciembre cuando muchos aprovechan para hacer examen de conciencia y ver los logros y los fracasos. Se hace un balance de los momentos felices y de las tristezas.
Y es cuando tras comer las doce uvas al tañer las campanas a medianoche, se mira con optimismo el porvenir y se funden en abrazos jubilosos. La promesa de un mejor futuro. El mito de que en el futuro todo estará bien, que en el futuro todo irá mejor.
Y así arrancamos enero, el mes dedicado al dios romano Jano, que era la deidad que mira hacia atrás y adelante, que podía ver el pasado y el futuro. Por ello, tras la pausa nostálgica, comienza la euforia del futuro prometedor, las buenas intenciones y el cumplir un sinfín de propósitos que para mayo estarán en la bandeja de reciclaje de nuestra memoria.
Vivimos en un Querétaro que sueña en un futuro, casi como de paraíso. Los discursos oficiales así lo plantean. Sin embargo, en este periodo de cambio de año, justo a iniciar enero, debemos aprender a mirar hacia atrás para poder caminar hacia adelante.
Tenemos que analizar los grandes pendientes y fallos antes de empezar a celebrar. El transporte público es el gran fracaso en este 2013 que agoniza. También la creación de una ciudad transitable y amable para el peatón. Todo se olvida con el desarrollismo urbano que cree que más es mejor.
Es momento de planear el 2014. Año preliminar de las definiciones políticas. Quien sepa leer mejor el pasado y entender los fallos, tendrá mejores oportunidades que los que festejan anticipadamente.