Víctor López Jaramillo
Me acuerdo, No me acuerdo: ¿Qué año era aquel? Ya había entrado en vigor el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá y el PRI no perdía la gubernatura en Querétaro. Ya había muerto Kurt Cobain pero aún no se editaba su disco póstumo Unplugged. Tecos de la UAG era campeón del futbol mexicano y el Querétaro había descendido.
Era el convulso año 1994. Parecía que el país se desgarraba. Como nunca tuve presente el poema Alta Traición de José Emilio Pacheco. Asesinatos políticos, levantamientos armados, devaluaciones, crisis económicas, suicidios. México vivía en la frontera del caos, como lo describió el periodista Andrés Oppenheimer.
El 27 de septiembre de ese complicado año -¿desde entonces, que año no ha sido complicado para México?- José Emilio Pacheco visitó Querétaro. Invitado por el Tec de Monterrey campus Querétaro, vino a charlar con estudiantes sobre su obra «Las Batallas en el Desierto» y a premiar a los mejores ensayos estudiantiles, entre ellos, el de un joven Rodolfo Muñoz Vega, hoy funcionario del gobierno de José Eduardo Calzada.
El amor, la nostalgia por la ciudad perdida eran los temas centrales de su novela, breve pero contundente. Dos años antes, la banda Café Tacvba había editado una canción inspirada en esa obra. Gracias a ello, José Emilio pudo conectar de golpe con una nueva generación.
Mi acercamiento a la obra de José Emilio fue gracias a esa novela y, hay que reconocerlo, por la canción. También tuve suerte de compartir aula con mis compañeros de generación en Periodismo de la UAQ que eran –y supongo aún son- ávidos lectores, entre ellos, Roberto Ayala, Adriana Nieves, Hilda Ángeles, Eduardo Frías y Jesús Flores, Felipe de Jesús Olguín entre otros.
Por ello, era inevitable que fuéramos a presenciar la charla y que gracias a Julio Figueroa, nos pudiera conceder unos minutos para platicar con él. Finalmente, pudimos recorrer las calles del centro con él y escuchar sus comentarios y recuerdos.
Según la crónica de Julio Figueroa publicada en El Nuevo Amanecer de Efraín Mendoza, parecíamos manifestación política y que don José Emilio bromeó que hasta se quería lanzar para diputado «de los viejitos del PARM».
Su novela La Batallas en el Desierto, de donde tomé prestado el inicio y final de este artículo, es la voz de la memoria de lo perdido. De la ciudad de México que ya no existe más. Es una rebelión contra la desmemoria.
Dice: «Qué antigua, qué remota que imposible esta historia… Demolieron la escuela, demolieron el edificio de Mariana, demolieron mi casa, demolieron la colonia Roma. Se acabó esa ciudad. Terminó aquel país. No hay memoria del México de aquellos años. Y a nadie le importa. De ese horror quien puede tener nostalgia. Todo pasó como pasan los discos en la sinfonola».
Por ello, ahora que José Emilio Pacheco ha muerto, mantengamos el ejercicio de la memoria. No sólo con su obra literaria sino con el recuerdo. No busquemos la nostalgia del horror. Pero si tiramos los recuerdos al río Leteo, estamos condenados a repetir los mismos errores y horrores. No olvidar es la encomienda.
Hoy, al hacer el ejercicio de la memoria, es imposible no sonreír al recordar lo sucedido ese otoño funesto, cuando José Emilio visitó Querétaro. Uno de los pocos buenos recuerdos de ese terrible año… Me acuerdo, no me acuerdo.