Réquiem


Víctor López Jaramillo

Suena seco el redoble del tambor que acompasa los honores funerarios. Más que frío, enero ha sido cruento. José Emilio Pacheco se ha visto obligado a cruzar el río Leteo.

Tras escribir su columna para Proceso, durmió. Ya no se hablará de él en tiempo presente. Quizá, como dijo su hija Laura Emilia Pacheco, hubiera pedido disculpas por echarnos a perder el fin de semana. Y comenzó su viaje a la inmortalidad.

Hubiera podido comenzar este escrito parafraseando a otra poeta, a Jaime Sabines: Amanecí triste el día de tu muerte, pero esa tarde me fui a ver el futbol. Y mientras celebraba un gol, un amigo me dijo que en un tweet había leído de tu muerte.

Breve, precisa, sin adjetivos de más, así como su obra, se dio la noticia. E hice como que no escuché. El aburrido empate se diluyó, la muerte había anotado y había definido el marcador.

Y empezaba el ejercicio de la memoria y la nostalgia. El poeta del desastre. A buscar, de nueva cuenta, el multicitado poema «Alta traición».

«No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
     es inasible.
Pero (aunque suene mal)
     daría la vida
por diez lugares suyos,
     cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
     fortalezas,
una ciudad deshecha,
     gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
     montañas
-y tres o cuatro ríos.»

Palabras que retratan el desencanto, la amargura y una contradictoria pasión por defender el terruño. En estas épocas en que los discursos políticos suenan a palabras de merolico, carentes de discurso, emoción e impera el cinismo… Pero, ¿en qué época no ha imperado eso?

Vivimos tiempos amargos, tan amargos como han sido todos los tiempos. La edad de oro no ha existido más que en el imaginario. El país y el mundo están tan jodidos como siempre lo han estado.

Pero por acto de supervivencia, sólo recordamos lo bueno, deificamos el pasado. Como narrador, la virtud de José Emilio Pacheco fue esa, bajar del altar a los recuerdos y verlos como fueron: amargos.

No hubo época de oro del sistema. Todo se lo tragó la corrupción alemanista, la burocracia, la ineficiencia.

Y no sólo las memorias colectivas, sino las memorias íntimas. En Las Batallas en el Desierto y El Principio del Placer descarna la ternura del amor adolescente. Nada de escenas de películas con tonos pastel, el simple retrato gris del desencanto del amor fallido.

De la declaración de un amor imposible a recibir una carta de amor. Y no saber que duele más, si las mentiras en la misiva o las faltas de ortografía.

Y la misma sombra de escepticismo al pasado, la proyectaba al futuro. Sus jóvenes lectores al filo de los 20 años nos preguntábamos si a los 40 seríamos todo aquello contra lo que luchábamos. No se ha cumplido la profecía, pero la duda se proyecta hacia el futuro: ¿en 20 años seremos todo contra lo que luchamos ahora?

Y Casandra simplemente sonríe.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.