La protesta


Víctor López Jaramillo

La crítica es un pilar de la democracia; la adulación, de la dictadura. En la democracia caben tanto el aplauso como el grito, escribió Jesús Silva Herzog-Márquez. En una democracia, todas las expresiones son válidas, incluida la protesta.

La crítica le duele al poder. La protesta irrita a la élite. Por ello, cierran el Centro Histórico. Impiden el paso de peatones. Cierran las vialidades.

Viene el presidente Enrique Peña Nieto a conmemorar el aniversario de la Constitución y paralizan la ciudad. Y como ha sido la constante en los últimos años, la protesta irrumpe. Una sinfonía de inconformidad irrumpe el ruido blanco de la sensiblería política que quiere el aplauso, que busca acallar cualquier voz disonante.

Y por el cierre del Centro Histórico, los pequeños comerciantes de la zona pierden dinero. Los ciudadanos pierden el tiempo en interminables horas en el caos vehicular generado por los cortes de circulación. Pero la élite política se regodea. Habla de la Constitución. De los derechos consagrados en ella. Todo en un espacio cerrado a la ciudadanía que dicen representar.

La protesta está en la calle, en las redes sociales digitales. Encerrada en su burbuja, la élite simplemente se ríe de la ciudadanía.

Las protestas no nacen por generación espontánea. No aparecen por milagro. No son anomalías. No son una falla en la matrix del mundo feliz que dibuja la propaganda gubernamental.

La élite gubernamental quiere hacernos creer que la protesta es el problema. Pretenden criminalizarla. Sin embargo, ésta es sólo el síntoma shakesperiano de que algo está podrido en el Estado mexicano y hay que renovarlo.

Y si para la élite el abucheo es desdeñable; para la democracia es dañino también el aplauso.

La protesta es una forma de ejercer la ciudadanía, sentencia Jesús Silva Herzog-Márquez, quien hace año y medio escribió en el diario Reforma durante el momento más álgido de protestas a la campaña de Enrique Peña Nieto: «La protesta es parte de la vitalidad de un sistema abierto donde debe haber sitio para la adhesión y sitio para el reproche».

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