Ubicuidad en el tiempo


En su novela Moby Dick, Herman Melville escribió que la inmortalidad no es más que la ubicuidad en el tiempo. Desde este 25 de noviembre, Fidel Castro Ruz se ha vuelto un personaje ubicuo en el tiempo.

Su muerte festejada en cada rincón de La Pequeña Habana en Florida, Estados Unidos, y llorada por muchos en la propia Cuba y el mundo, es una muestra del tamaño del personaje y la polémica en que siempre vivió.

Amado y odiado, con Fidel Castro parece no haber términos medios. Por ello, intentar una filípica o una apología desde estas líneas estaría de más. Muchos ya lo han hecho de manera inmediata en las redes sociales y no han dejado el espacio para medias tintas.

¿Cómo lo recordará la historia? Esa es la pregunta que nos tendremos que hacer. En un mundo tan maniqueísta como el del inicio del siglo XXI, la imagen que lo resume a la perfección es donde lo pintan como ángel y demonio a la vez, donde ni Dios ni el Diablo saben si lo quieren.

En el 44 a.C., Marco Junio Bruto y otros conspiradores asesinaron al dictador Julio César, se proclamaron libertadores de la República y pedían que el pueblo festejara la muerte del tirano, sin embargo, la historia juzgó de maneras diferentes a los implicados en este hecho. Julio César fue deificado y Marco Junio Bruto pasó a ser sinónimo de traición, como lo describe Dante Alighieri en el último círculo del Infierno.

Condenadme, no importa, la historia me absolverá” es una de las frases lapidarias de Fidel Castro frente al juicio que le hacían el 16 de octubre de 1953. Vendría su exilio en México, después el derrocamiento de Fulgencio Batista y el triunfo de la Revolución cubana y, con ello, la aparición de su nombre en la Historia, así, con altas.

Es imposible imaginar la segunda mitad del siglo XX sin el personaje Fidel Alejandro Castro Ruz quien, junto con Ernesto Che Guevara, fue el motor ideológico de toda una generación de jóvenes latinoamericanos que buscaban cambiar al mundo con su corazón solitario, usando la frase del poeta Rubén Bonifaz Nuño.

La Revolución cubana fue un terremoto político que provocó muchas réplicas en el mundo y puso a cuestionar la momificada Revolución Mexicana, que siempre vio como una hermana menor a la cubana. Y de hecho, Fidel siempre vio en el régimen emanado de la Revolución un aliado.

¿Cómo negarle un lugar en la historia a Fidel Castro cuando de la nada convirtió a una pequeña isla que Estados Unidos consideraba su zona de recreo en parte importante del ajedrez político mundial que se atrevió a encarar y resistir al país más poderoso de Occidente?

Hay una Cuba antes y después de Fidel, eso es innegable. La pregunta es si esa Cuba es mejor o peor que la de Batista. Una de las narrativas del siglo XX es el fracaso de sus revoluciones que terminaron en cenizas y la cubana no es la excepción.

Podemos hablar de una Cuba con logros como la eliminación del analfabetismo, el acceso universal a la educación, a la salud, con grandes logros deportivos, pero también está la Cuba que carece de libertad de expresión y con un enorme pendiente en derechos humanos. La Cuba de los exiliados en Miami y la de los que se quedaron en la isla.

La proyección de la sombra de Fidel Castro como personaje histórico es proporcional al fracaso del régimen idealizado del socialismo tropical en Cuba. Claro, en contrapartida habrá que decir que pocas naciones hubieran resistido un embargo como el impuesto por Estados Unidos a la isla.

Si con la muerte de Julio César en la República Romana vino una transformación política que terminaría con un cambio de régimen y con éste en un sitio de privilegio en el panteón de la Historia, ¿Cuál es el futuro de Cuba?

Ignoro si la historia absolverá a Fidel Castro, aciertos y fallas tiene muchas. No hay personaje histórico puro. De lo que sí podemos estar seguros es que no será absorbido, como sus críticos burlonamente decían, sino que su gura histórica permanecerá allí, para bien o para mal, quizá como el último gigante latinoamericano. Castro ya tiene el don de la ubicuidad en el tiempo.

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