Tiempos oscuros


Tengo un amigo que cada septiembre me llama sólo para discutir sobre la historia mexicana y el patriotismo o, mejor dicho, el patrioterismo típico de estas fechas.

Como Grinch del nacionalismo septembrino, me llama no para protestar por los chiles en nogada ni para discutir si las enchiladas queretanas son mejores que las potosinas, sino para poner en duda toda la versión de la historia de bronce de México.

El año antepasado discrepó sobre si Hidalgo merecía ser llamado el Padre de la Patria. Pensé que nombraría a Agustín de Iturbide, pero no. Se radicalizó: argumentó que esta patria está huérfana por la falta de instituciones sólidas que no se han construido en 200 años.

El año pasado despotricó contra los Niños Héroes. Ni niños eran, dice. Todo es una mentira construida por el régimen priísta en la era de Miguel Alemán para honrar unos falsos héroes frente a la visita del presidente de Estados Unidos. Infatigable, argumento tras argumento quería ir a derrumbar todo vestigio de los Niños Héroes en Chapultepec.

Sin embargo, este año algo cambió. La ciudad fue llenándose de adornos patrios, de luces led tricolores, de banderas nacionales seguramente hechas en China, y me dispuse, como cada año, a esperar su llamada. Comencé a releer historia de México para debatir con él.

El Centro Histórico se fue llenando de puestos de enchiladas, guajolotes, y el olor a chile quemado se mezclaba con el aire frío que preludia el otoño. Pero no llamó.

Como era imposible que ahora fuera un nacionalista converso y disfrazado como el cura Hidalgo antes de dar El Grito de Dolores, le llamé.

Ya llegó septiembre y tu héroefobia no ha aparecido”, le dije. Guardó silencio y respondió: El problema de este país no es su pasado sino su presente y, como lo ignoramos, empeñando así el futuro”. Desconcertado por esta frase tan seria y melancólica para él, le pedí que nos viéramos en un bar del centro para poder hablar.

A la segunda cerveza se animó a hablar. Por primera vez en años no puso en duda a Hidalgo ni a Allende. El problema no son esos mitos, dijo, sino nosotros que dejamos que este país se hunda en el presente.

Imaginé a mi amigo como el personaje de Juan Villoro que “hablaba de México como si fuera su riñón”, que se expresa de la situación del país como si fuera su peritonitis.

Ya no te vas a reír de los que dicen que les duele México”, le dije en tono sarcástico y para mi sorpresa dijo que no.

Vivimos tiempos oscuros, realmente oscuros”. Y como cuando discutíamos sobre historia, empezó a presentar los hechos y argumentos. En este año, tenemos tan sólo lo del socavón en Morelos, la corrupción en uno de sus máximos niveles con el caso del gobernador de Veracruz, a eso súmale los asesinados por la guerra del narco, miles de feminicidios, el caso de Mara en Puebla y lo terrible es que esto apenas es una mínima muestra del horror en que se ha convertido México.

Y siguió: la inseguridad ya amenaza incluso nuestra ciudad, en mi colonia ya van varios robos y cerca de mi casa apenas hace un mes asesinaron a un padre con su hijo cuando iba de camino a la escuela. Y para cerrar el cuadro, inundaciones y terremotos que exhiben la ineptitud gubernamental. Vivimos tiempos oscuros, recalcó.

Apuró su cerveza de un trago y se despidió: No tengo ganas de celebrar, debemos actuar. No tengo ganas de discutir de historia, sino que debemos hacer algo en el presente. Sólo si logramos transformar este horrible cuadro en que se ha convertido México, podemos reconciliarnos con nuestro pasado, sentenció.

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