¿Para dónde es la derecha? ¿Y la izquierda?


Uno de mis mejores amigos tiene un problema recurrente al conducir: cuando uno le dice que doble hacia la izquierda, siempre voltea sorprendido y pregunta “¿Cuál es la izquierda?”, a lo que tiene uno que decirle en términos llanos: “para acá”. “para allá” antes de que dé el volantazo a la derecha.

Si no traemos prisa, se da el tiempo de frenar un poco y hacer así como que escribe o como que tira un penalti. Esto para saber cuál es la izquierda porque es zurdísimo. De hecho, en su juventud era prospecto a ser un no volante por izquierda para Gallos Blancos, pero ya sabe usted la historia de siempre: se lesionó la rodilla.

Una vez resuelta su duda, mi amigo ya sabe para dónde dar la vuelta y puede seguir el camino en cuestión sin dudar.

Algo así me imagino a los candidatos ahora en su campaña electoral con su revoltijos de alianzas o “suma de acuerdos y voluntades” (la forma en que usan los políticos para enredar el lenguaje a veces parece poesía anacrónica, pero de ese tema ya hablaré en otra ocasión).

No personalizaré en un solo candidato como lo han hecho algunos centrándose mañosamente en la gura de AMLO, puesto que los tres principales competidores están en la misma situación, tanto López Obrador como Meade y Anaya.

En su carrera por la Presidencia de la República, las principales fuerzas políticas han hecho alianzas que contradicen su historia o bien, no representan de manera total a sus bases políticas. Hasta antes de esta campaña teníamos una geografía electoral bien definida: transitando del centro a la derecha el PRI y el PAN (claro, el PRI es un simbionte que históricamente ha transitado por la gama electoral); transitando del centro a la izquierda el PRD al igual que Morena.

Pero de repente como que todos se confundieron al igual que mi amigo. No saben dónde tienen su derecha o izquierda y nada más dan volantazos.

Primero Ricardo Anaya con Por México al Frente, donde aglutina al PAN, de raíces profundamente católicas y nacido a finales de los 30 para combatir las reformas cardenistas, con el Partido de la Revolución Democrática (PRD), nacido a finales de los 80 y fundado por el hijo del general Cárdenas para combatir las reformas neoliberales impulsadas por el PAN. Así de paradójica es esa alianza.

A eso le sumamos a Movimiento Ciudadano, que parece enfocar la campaña no a ganar votos sino discos de oro por su single “Movimiento Naranja” en sus diferentes remixes.

Por su parte, el PRI sabiendo que está sumergido en una crisis de credibilidad, optó por buscar un candidato ¡que no fuera priísta! ¡Vaya usted a creer! José Antonio Meade es candidato de un partido en el que no milita y le pide a los militantes que lo hagan suyo. Cabe recordar que Meade fue funcionario bajo el gobierno panista de Calderón,

Y finalmente el ya citado AMLO, quien ha hecho alianza con el Partido Encuentro Social (PES) que tiene una agenda social conservadora que dista de la progresista de Morena. Claro, sus defensores dirán que el PES se plegó a la agenda de Morena pero no al revés. Así, un día AMLO va a un mitin donde se cuelan nostálgicas banderas soviéticas y al otro al congreso del PES donde lo comparan con un personaje bíblico.

Vivimos tiempos de confusión y redefinición política. Analistas como Jesús Silva Herzog hablan del fin del régimen de partidos instaurado en 1988. Quizá el primero de julio se juega algo más que una elección presidencial y más bien todo un reacomodo del sistema político con las refundaciones o refundiciones de los actuales partidos.

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