Inhalar, exhalar. Hazlo de nuevo. Inhala despacio, comprueba que puedes contener la respiración por algunos segundos sin agitarte y después exhala, gustoso de saber que gozas del lujo de poder respirar bien y sin problemas.
En el año del coronavirus aprendimos a vivir la vida en dos tiempos, en dos ritmos. Sístole y diástole, inhalar y exhalar, respirar y vivir.
Y en los hospitales, para quienes estaban internados, ese extraño sonido del bip-bip que hacen las máquinas a las que se conectan significaron el ritmo de la vida; un arrullo digital que suena rítmicamente como olita de mar que se bambolea. Un Bip-bip que mantiene esa pausa breve que cuando se rompe, nos indica que aún hay vida que salvar, porque todos sabemos que cuando se vuelve un biiiiiip interminable, la vida ha concluido.
Todas las voces, todos los recuerdos, todos los sueños, reducidos a un bip-bip, que mientras se mantenga en el mismo ritmo, es señal de esperanza. Si se acelera o ralentiza, comenzarán los problemas y la batalla final por la vida.
En la pantalla de la máquina se dibuja el ritmo del bip-bip que de olita de mar se transforma en una cordillera digital con montañas más o menos del mismo tamaño: la vida se mantiene estable. Y el inhalar y exhalar ya no se hace de manera natural, se hace a través de un tubo, la vida cada vez se aleja más.
Los paramédicos son el primer frente de esta nueva batalla y tienen que enfrentar al enemigo con un traje que parece sacado de una central nuclear pero que, en vez de resistir radiación, solo tiene que evitar que el microscópico asesino se cuele y se reproduzca en su cuerpo.
El sonido como un tic tac sigue mientras se siguen colocando más cables en el cuerpo del paciente. Cables en el corazón para que nos diga lo que no puede hablar: a qué ritmo palpita. Un cable al dedo índice derecho para medir la oxigenación en la sangre y reforzar la respiración con una máscara de oxígeno. Bip-bip es el sonido que indica que la batalla sigue.
En este año, muchos hemos perdido a alguien querido que nos hará recordar el 2020 como un año terrible, hemos tenido que aprender a seguir y reinventar nuestras vidas, primero en confinamiento y después en lo que eufemísticamente las autoridades llamaron Nueva Normalidad.
Y aunque cuando llegue la vacunación masiva la mayoría tirará al olvido lo aprendido y sufrido en este año y vivirán como si nada hubiera pasado, para otros tantos, el 2020 nos dejó la enseñanza de lo valioso que es respirar al aire libre en un día de campo de verano, de saberse libre y vivo mientras el viento te refresca el rostro.