
Víctor López Jaramillo
Hay una notable diferencia entre el ejercicio del poder entre el PRI y el PAN. A los cuadros priistas los caracteriza la disciplina partidista a toda prueba; en la esquina contraria, entre los panistas lo natural es disentir democráticamente entre ellos.
Mientras el PRI aparentaba democracia y una división entre sectores como si fueran una santísima trinidad política: campesino, obrero y popular, pero todos unidos bajo el manto protector del laicismo del Presidente de la República; desde su fundación en 1939, Acción Nacional mostró que no iban a ser un partido cual bloque monolítico.
Y tras la atravesar la brega de eternidad y su etapa de sembrar ciudadanos, Acción Nacional ha mantenido aún ese rasgo desde su fundación, aunque en el ejercicio del poder hayan perdido vasta parte de sus ideales políticos.
UN PRI DISCIPLINADO
Tomemos como ejemplo Querétaro. Bajo los gobiernos priistas, los gobernantes y representantes emanados de las filas del tricolor aceptan de manera inmediata al gobernador como el primer priista del estado y acatan su voluntad. La disciplina es la regla.
En cuanto Roberto Loyola Vera dejó la secretaría de Gobierno para ganar por escaso margen las elecciones para presidente municipal, siempre se mantuvo a la sombra de Calzada. Su agenda política y mediática siempre estuvo supeditada a la voluntad dictada desde el Palacio de la Corregidora.
Siguiendo la disciplina priista, Loyola acató siempre el estilo de gobernar que se ejercicio desde el gobierno del estado. Ni siquiera en campaña, como algunos candidatos priistas lo hicieron en el pasado, se atrevió a mostrar un rostro político propio y mostrar una sana distancia con Calzada y lo pagó en las urnas.
UN PAN FRAGMENTADO
En cambio, con el PAN en el poder estatal, la subordinación de los actores panistas al gobernador no ha sido la regla, y cuando se ha logrado, ha sido a través de arduas negociaciones.
Recordemos que en primera instancia, en el primer sexenio panista encabezado por Ignacio Loyola Vera (1997-2003) hubo serias diferencias con el alcalde capitalino Francisco Garrido (1997-2000).
Y una vez que Garrido llegó a la gubernatura en 2003, de inmediato rompió con su antecesor al demoler el Centro de Rehabilitación, una obra magna del gobierno de Ignacio Loyola, al bajarse el sueldo para mostrarse austero a diferencia de su antecesor y liberar a los presos políticos que Loyola había encarcelado.
Sin embargo, al mismo tiempo, se gestaba la discordia entre el propio gobernador y el alcalde capitalino Armando Rivera Castillejos. Aunque en declaraciones oficiales siempre argumentaron la unidad del partido, en el primer informe de gobierno del Rivera, mandó el mensaje a sus correligionarios incrustados en el poder estatal y partidista que “con ellos, sin ellos y a pesar de ellos», su administración seguirá avanzando.
Los dos gobernadores panistas se han enfrentado al alcalde panista con el que comparten la primer mitad de su gobierno.
¿SE REPETIRÁ EL ESCENARIO?
Ahora, en 2015 se presenta un escenario similar. Hay gobernador panista con alcalde panista en la primera mitad del sexenio. Francisco Domínguez y Marcos Aguilar provienen de grupos distintos pero durante campaña supieron guardar sus diferencias.
Una vez superado el trance de las elecciones, es posible que empiecen a aflorar los viejos conflictos entre los grupos que apoyan a Domínguez y Aguilar.
Y aunque aun no toman posesión de sus cargos, los estilos políticos empiezan a notarse y a contrastar entre uno y otro.
Mientras el alcalde electo Marcos Aguilar marca agenda al realizar foros de consulta ciudadana y, sobre todo, aceptar la exigencia de la sociedad civil de aceptar testigos sociales. En tanto, en el lado de Francisco Domínguez reina el silencio y el rechazo a aceptar testigos. Pareciera que planea la entrega-recepción como si fuera el crimen perfecto: sin testigos.
Y cuando Domínguez declara para marcar agenda, como en el caso del “boquete” económico de la Usebeq, resulta ser solamente fuegos de artificio que su equipo de transición tienen que apagar inmediatamente.
En plena transición, Marcos y Francisco muestran estilos completamente diferentes, contrastantes. ¿Se agudizarán cuando tomen posesión de sus cargos? ¿Mantendrán una tensión política que se traduzca en competencia? ¿O se viene una nueva ruptura entre gobernador y alcalde de extracción panista?
Estamos a semanas de reeditar una vieja historia entre panistas o comenzar una nueva. Los actores políticos tienen la decisión en sus manos.