La vuelta de los años


Correr por la vida como el conejo de Alicia...
Correr por la vida como el conejo de Alicia…

 

Víctor López Jaramillo

Estamos cerca de que termine el año, a pocas horas de que arranquemos la última hoja del calendario y nos sentemos en la mesa con familiares y amigos dispuestos a escuchar las 12 campanadas que marquen un nuevo comienzo.

Los seres humanos somos animales sociales que vivimos en ciclos. Y vivimos el tiempo en forma de circular. Aunque en nuestra cultura judeocristiana la idea del tiempo lineal es fundamental, recordemos que se pregona un inicio y un fin de los tiempos, sin embargo, ordenamos nuestra vida, le damos sentido con los ciclos, con las vueltas de las manecillas en un reloj circular.

Y los humanos ordenamos el tiempo de acuerdo a los ciclos de la naturaleza. El año es una vuelta de la tierra alrededor del sol y a su vez, dividimos el año en 365 giros de la tierra sobre sí misma, a la vez que agrupamos esas vueltas en 12 divisiones más o menos del mismo tamaño, con la notable excepción de febrero, que apenas alcanza 28 días.

Y, nuevamente, los meses los agrupamos en estaciones, donde las variaciones climáticas nos indican en que momento del año estamos. Justo ahora mismo, estamos en inicios del ciclo de invierno, el periodo donde el frío y las malas condiciones climáticas reducen el espacio para actividades físicas y nos hacen tomar una pausa temporal para encarar el nuevo año.

Por ello, a la espera de que suenen esas campanadas que marcan el fin del año, un ciclo creado por los seres humanos, y se comience el ritual de comer 12 uvas, destruir globos, descorchar el vino, romper objetos viejos (claro, porque los humanos también somos animales que gozamos de los rituales, esos rituales que se repiten cada ciclo y parecen darle sentido a la vida), es preciso mirar el fuego del tiempo en que se ha consumido el año y rememorar, no con el aire de la nostalgia ni de la falsa melancolía de los ayeres idos, sino con el mirar del sabio que recapitula para prepararse para los tiempos por venir.

¿Alguien recuerda las esperanzas con las que empezaron estos días del 2014 que está a punto de fenecer? ¿La euforia y los abrazos? ¿Los buenos deseos del primero de enero? ¿Las promesas a cumplir en los siguientes 365 días?

La respuesta en muchos de los casos será que no. Y ello porque nos es difícil recordar cómo iniciamos el año porque la carcoma de la vida cotidiana acaba siempre durmiendo en nuestra cama (sí, como lo dice la canción de Joaquín Sabina).

Hay años que se quedan marcados en nuestra memoria. Hay años en los que los momentos de felicidad superan las sombras y los recordaremos con una sonrisa en los labios. Otros, en cambio, queremos que queden atrás en el tiempo y no recordarlos ni volver a vivir nada parecido nunca más. A veces, esas rachas de felicidad o tristeza superan el ciclo del año y duran más tiempo. A veces queremos que sean eternos o duren un instante.

Cada año trae sus propias lecciones. Cada año trae sus logros y sus derrotas. Cada año nos deja su huella indeleble en nuestros rostros con nuevas arrugas o en nuestra memoria con más recuerdos. No hay años vividos en vano. Vivir no es vano.

Sí, a veces desperdiciamos el tiempo y luego aceleramos para tratar de recobrarlo. A veces nos desesperamos porque no sabemos cuándo empezar o terminar. Nos enojamos, como dice la canción de Pink Floyd, porque nadie nos dijo cuando era el tiempo de empezar a correr.

Y tarde empezamos a correr por la vida como el conejo de Alicia, con un reloj en la mano siempre diciendo que es tarde, que es irremediablemente tarde. O quizá de tanto correr se ha llegado temprano. Todo depende del tiempo.

Y el tiempo se ha ido, el artículo se ha terminado, creo tenía algo más que decir (sí, así termina también la canción Tiempo de Pink Floyd), sólo resta desearles a ustedes queridos lectores un Feliz Año 2015.

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